El título de esta columna puede ser engañoso porque adivinar el futuro sólo se hace bien desde el futuro.
Ubiquémonos en el 2030, sólo diez años adelante. Veremos que Goldman Sachs, una de las compañías financieras mundiales invirtió a partir de 2020 más de un billón de dólares (un millón de millones) en empresas de energía limpia, en investigación y desarrollo para mejorar la distribución de la riqueza, la educación y las oportunidades para los jóvenes.
Su compromiso inicial de 750 mil millones de dólares, anunciado el 15 de diciembre de 2019, fue superado por la visión que tuvieron sus directivos al principio de la década.
Habían propuesto acelerar el paso con sentido de urgencia e invertir en energías limpias, en empresas de alto contenido social, en la eliminación de basuras tóxicas y en el desarrollo de tecnologías muy rentables.
Las “finanzas responsables” parecían un eslogan de campaña publicitaria para las muy desacreditadas corredurías de Wall Street. Al principio se pensó que invertir un billón de dólares en empresas social y ambientalmente responsables olía a subsidios y filantropía, luego supimos que se convirtieron en la institución financiera más importante del mundo con su anticipación.
El carbón dejó de usarse porque ni gobiernos ni compañías privadas lo financiaron ya. El petróleo del Ártico tomó su lugar y comenzó la disminución de consumo de combustibles fósiles para dar paso al sol y al viento.
Hace 10 años, Goldman Sachs y un puñado de empresas se dieron cuenta que el negocio futuro estaría en la transición urgente a un clima sustentable.
Lo vieron en los polos con la disminución de su capa de hielo; lo olieron en las quemazones incontrolables de los bosques de California y sintieron el agobio de las poblaciones costeras en su futuro inundado. Florida no sería lo mismo si el cambio climático se acelerara.
Así que decidieron encarecer los créditos a petroleras y de plano hacer imposibles los préstamos a empresas carboníferas.
Hoy, en el 2030, sabemos que Tesla es la más grande del mercado de autos y techos solares. Su fundador, Elon Musk, se convirtió en el hombre más rico del mundo por la genialidad de producir el presente que hoy vivimos.
La iniciativa de Goldman ayudó a que otras industrias y gobiernos miraran en forma distinta los reclamos de la activista Greta Thunberg, hoy una joven veinteañera. Ella, nombrada hace diez años como el personaje del año por la revista Time, contribuyó a que toda una nueva generación gritara desde la infancia su anhelo de conservar el mundo para el futuro.
Hubo países que apostaron al cambio como Arabia Saudita, sabedora de que su inmensa riqueza no era para siempre. Sabían que con el tiempo el petróleo y sus derivados no serían el creciente motor del mundo. Estaban conscientes de que algún día todo terminaría en la misma transformación de hace 130 años con el aceite de ballena.
Los 100 millones de barriles de consumo diario no se repetirán después del acelerado cambio en la cultura mundial. Sobre todo, después de los desastres naturales de 2024, atribuibles al calentamiento global.
Ahora, en el 2030 sabemos por qué países como el nuestro perdieron la oportunidad de transformarse con la urgencia requerida. Fue en 2020 cuando el Gobierno apuró la construcción de plantas eléctricas de carbón y combustóleo, cuando inició la refinería de Dos Bocas y se dilapidó una fortuna en un Tren Maya que nunca funcionó y sigue costando cientos de millones en su operación.