El mapa del país luce morado por Morena; salvo Guanajuato, tierra que resiste hasta ahora el llamado de un movimiento idéntico a su contrincante del siglo pasado.
Hace cuarenta años, cuando el PAN comenzaba la lucha para lograr la alternancia, el PRI dominaba con el presidencialismo de José López Portillo, como hoy lo hace Andrés Manuel López Obrador.Todo el poder en un solo hombre.
El péndulo regresó antes de que el partido “conservador” se diera cuenta de su desgracia nacional. Vicente Fox, el caudillo blanquiazul, supo pegar duro con su discurso novedoso y obtuvo la alternancia. Un gran triunfo que se diluyó en la frivolidad de su entorno y la traición a los ideales y valores del partido. Nunca hubo menos gobierno ni más sociedad; nunca se combatió de frente la corrupción. Todo fueron veleidades y temor al cambio, ya cuando estaba en la presidencia.
Felipe Calderón perdió la brújula. Gobernó con un hígado grande y un cerebro pequeño. La gente, fastidiada de la violencia, creyó en el pragmatismo priísta y en su nuevo representante: un rostro agradable. Poca sustancia. Enrique Peña Nieto resultó un fraude más del PRI, un hombre que, por su podredumbre, entregó el poder a López Obrador.
Pero esa isla azul en un mar morado representa un reto para la nueva Administración. El hijo desobediente que no cree en fórmulas populistas. Hasta ahora.
La última encuesta del periódico El Financiero muestra una aprobación de López Obrador del 72%. Importan poco la violencia o los malos resultados económicos del arranque. Pareciera el nacimiento de un “culto”, de una pasión popular desbordada. Imposible explicar de otra forma la veneración al líder por dondequiera que va.
A 18 meses de la próxima elección, Morena tendrá en la bolsa a millones de jóvenes y adultos mayores beneficiados por las dádivas en efectivo; tendrá como arma la narrativa de un gobierno austero y “honesto”, aunque no sea cierto. En contraparte el PAN tiene las manos vacías, sin respaldo y sin argumentos convincentes para regresar al poder o conservar las regiones que aún gobierna. Su pasado lo tiene hundido.
En Guanajuato el PAN carga un lastre que crece cada día con el fracaso en la seguridad pública y la reticencia al cambio indispensable. Somos un estado hundido en el crimen y la inseguridad. Por más amor que los ciudadanos tengan al blanquiazul, llegará el momento de la deserción.
Sería una tragedia nacional. La vuelta al presidencialismo populista sin oposición significa una derrota para la democracia que tanto trabajo y sacrificio costó. Guanajuato perdería esa gesta histórica del 2000.
¿Quiénes son Marko Cortés presidente nacional del PAN o Juan Carlos Romero Hicks líder panista en el Congreso en el escenario nacional? ¿Dónde se esconde Ricardo Anaya? Sólo Gustavo Madero y el aguerrido Diego Fernández de Cevallos presentan cara a las ocurrencias y dislates de la nueva Administración.
Si Guanajuato representa esa isla opositora, ese emblema democrático, debiera renacer en los principios y valores del PAN, porque el PRI está anulado por la corrupción de su dirigente nacional. ¿Qué puede decir Alejandro Moreno, ex gobernador de Campeche y hoy presidente de ese partido cuando no tiene forma de explicar su riqueza y sus bienes? Aparece plegado a AMLO. Al PRI, por primera vez en la vida lo vemos muerto, ahogado en sus heces.
¿Qué puede hacer el PAN en Guanajuato? Se antoja un extenso menú; una lista de tareas pendientes sin las cuales se hundirá sin remedio. (Continuará)