Las tres décadas que han pasado desde la guerra entre Irak e Irán poco dejaron de enseñanza a los dos países del Medio Oriente. La estupidez de ambos dejó más de un millón de muertos sin fruto alguno.
Nadie sabe lo que pasará entre Estados Unidos e Irán en la última ronda de desencuentros. Lo que sí conocemos es lo que pasó a nuestro país cuando José López Portillo creyó que el petróleo sería nuestro futuro.

Era 1980, en el país se descubrían yacimientos de petróleo como nunca antes. José López Portillo, embelesado por la “abundancia”, invertía todo el ingreso como si no hubiera mañana. Imaginaba que la riqueza del subsuelo sería para siempre. En septiembre de ese año estallaba la guerra entre Irak e Irán. Un pleito sin sentido por algunas tierras con reservas petroleras. Sadam Husein, el reciente dictador iraquí, se enfrentaba a la nueva teocracia iraní. El ayatolá Ruhollah Jomeini, líder iraní, no tenía duda en derrotar a Husein, quien quería imponerse.

Recuerdo la guerra como algo insulso. Cuando comenzaron las hostilidades, el petróleo subió de precio. Los contratos de Pemex garantizaban un ingreso de 38 dólares por barril, (cantidad equivalente a unos 120 dólares o más al día de hoy). López Portillo, embriagado de petróleo, sugirió que el problema del país sería “administrar la abundancia”. Soltó la chequera.

En 1981 el país crecía como sólo lo había hecho en la década de los sesenta. Según mi memoria, en 1981 tuvimos un crecimiento del 10%. Poco duró el gusto.

Cuando las hostilidades entre Irak e Irán disminuyeron, el petróleo cayó de precio. Los países que contrataron a largo plazo el suministro de Pemex cancelaron la promesa de largo plazo. Para López Portillo era una “rajada” inaceptable. No estaba dispuesto a respetar las leyes del mercado.
Su proyecto de corto plazo tronaba sin que pudiera evitarlo.

A inicio de 1982 dijo que “defendería el peso como perro”. Incluso aseguró con melancolía que un presidente que devalúa era un presidente devaluado.

Sus ladridos no funcionaron. El 18 de febrero de ese año devaluó la moneda y el país entró en una crisis económica de fin de sexenio. Nuestra moneda se fue de 27 pesos a 110 por dólar en pocos meses.

Cuando entregó el poder las reservas del Banco de México estaban agotadas. Jesús Silva Herzog, entonces secretario de Hacienda, dijo que el problema de México era uno de “caja”. Un eufemismo para explicar que nos habíamos quedado sin reservas, sin dinero.

La guerra del Medio Oriente había traído grandes capitales al país. Los flujos del petróleo sirvieron para que los bancos internacionales prestaran a México sin medida. Era Jauja. 

En 1982, cuando llega la cruda petrolera, el 50% del PIB dependía del Gobierno, que había diversificado sus inversiones a todo tipo de negocios plagados de corrupción y de pérdidas. Había hoteles, fraccionamientos y hasta cantinas en propiedad federal. Fue la segunda crisis del diseño económico de corto plazo. Luis Echeverría había quebrado al país en 1976. El petróleo nos había resucitado en 4 años, para volver a la crisis al final de sexenio en 1982.

No sabemos en qué acabará la reciente disputa de Estados Unidos con Irán. Vaticino que el país heredero de la cultura persa no se atreverá a lanzar muchos más misiles. Sabe que un enfrentamiento sería fatal no sólo para su país de 80 millones, sino el fin de la teocracia gobernante. Estados Unidos los haría polvo si crecieran sus ataques.

Para México la reflexión es que ningún sexenio, sin planeación a largo plazo podrá resolver los problemas del país, como sucedió en 1980 con la borrachera del petróleo (Continuará).

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