Hay muy buenas noticias, estimados lectores, al inicio de este 2020 en materia de salud cerebral, ejercicio y calidad de vida en la vejez.
Como dijera Herman Melville, iniciaré por el principio. En México la enfermedad de Alzheimer y otras demencias son ya causantes del 6.7% de la pérdida de los años de vida saludables en personas de ambos sexos de 70 y más años, con una tendencia a la alza en la última década.
El impacto de las enfermedades por alteraciones neurológicas y los desórdenes mentales es muy grande, tanto para la persona que las sufre como para la familia y la comunidad donde ella se encuentra. No hay tratamiento efectivo conocido y por ello me parece que los hallazgos ya un poco sedimentados de la ciencia que señalan que ejercitar el cerebro ayudaría a disminuirlas, retrasarlas o mejorarlas son muy buenas noticias.
Todo inició hace 30 años cuando Fred Gage y colaboradores del Instituto Salk en La Jolla, California, demostraron que correr aumentó el nacimiento de nuevas neuronas (antes impensable que ocurriera) del hipocampo en ratones, efecto vinculado a la producción de una proteína llamada factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF) que se produce en todo el cuerpo, promoviendo tanto el crecimiento como la supervivencia de las neuronas recién nacidas, fenómeno conocido como neurogénesis inducida por el ejercicio.
Los resultados de los estudios posteriores han sido consistentes y resultan sorprendentes porque la atrofia del hipocampo está ampliamente relacionada con las dificultades de memoria durante el envejecimiento humano saludable y se produce en mayor medida en personas con enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. Así que la investigación en roedores proporcionó una visión inicial de cómo el ejercicio podría contrarrestar esta disminución.
Las investigaciones en humanos no se hicieron esperar, encontrando que al igual que en los roedores, el ejercicio aeróbico conduce a la producción del BDNF y aumenta la estructura, es decir, el tamaño y la conectividad, de las áreas clave del cerebro, incluido el hipocampo.
De mayor importancia lo fue que tras un año de ejercicio aeróbico en un estudio aleatorizado, se observó un aumento en el tamaño del hipocampo y mejoras en la memoria en adultos mayores.
David A. Raichlen además del estudio publicado en Scientific American en días pasados, publicó en 2019 en la revista Brain Imaging and Behavior un estudio observacional de más de 7,000 adultos de mediana edad a adultos mayores en el Reino Unido, demostrando que las personas que dedicaron más tiempo a una actividad física moderada a vigorosa tenían volúmenes de hipocampo más grandes.
Aunque todavía no es posible decir si estos efectos en los humanos están relacionados con la neurogénesis u otras formas de plasticidad cerebral, como el aumento de las conexiones entre las neuronas existentes. Los resultados juntos indicaron claramente que el ejercicio puede beneficiar el hipocampo del cerebro y sus funciones cognitivas.
Se revisó la relación evolutiva entre el cerebro y el cuerpo, encontrando en los homínidos, grupo que incluye a los actuales Homo sapiens, una serie de adaptaciones anatómicas y conductuales que nos distinguen de otros primates y que describo sucinto: pasamos a caminar de cuatro patas a erguidos sólo con las patas traseras (bipedestación), debiendo coordinar el cerebro una gran cantidad de información y, en el proceso, hacer ajustes a la actividad muscular en todo el cuerpo para mantener nuestro equilibrio y desafiar cualquier obstáculo ambiental.
Luego pasamos a niveles más altos de actividad aeróbica al iniciar la caza y recolección de alimentos en lugares distantes, debiendo inspeccionar sus alrededores para asegurarse de saber dónde están.
Este tipo de navegación espacial se basa en el hipocampo, la misma región del cerebro que se beneficia del ejercicio y que tiende a atrofiarse a medida que envejecemos.
Además, tienen que escanear el paisaje en busca de signos de comida, utilizando información sensorial de sus sistemas visuales y auditivos. Deben recordar dónde han estado antes y cuándo estaban disponibles ciertos tipos de alimentos. Esta etapa concluyó con la aparición de la agricultura y pastoreo hace diez mil años.
Así llegamos hasta nuestros días, donde no necesitamos participar en actividades físicas aeróbicas para encontrar comida para sobrevivir. La atrofia cerebral y las disminuciones cognitivas concomitantes que ocurren comúnmente durante el envejecimiento pueden estar en parte relacionadas con nuestros hábitos sedentarios.
Pensemos ahora en las formas en que muchos de nosotros hacemos nuestro ejercicio aeróbico. A menudo vamos a gimnasios y usamos una máquina de ejercicios estacionaria. La tarea más exigente cognitivamente en un entrenamiento de este tipo podría ser decidir qué canal televisivo observar o qué canciones escuchar, sin los retos que implicarían las exigencias de mantener el equilibrio y ajustar la velocidad, entre muchos otros desafíos cognitivos intrínsecos del movimiento a través de un entorno cambiante.
Hoy se sabe que el ejercicio solo es bueno para el hipocampo, pero combinar la actividad física con las demandas cognitivas en un entorno estimulante es aún mejor, lo que conduce a más neuronas nuevas.
El uso del cerebro durante y después del ejercicio parece además desencadenar una mayor supervivencia de las neuronas. ¿Ejercicio en banda o en el Parque Metropolitano? Hoy me inclino sin duda por la segunda opción.