La noticia de su detención sacudió al país hace una década. Sergio Villarreal Barragán, “El Grande” o “El Come Niños”, admitió haber secuestrado, torturado y descuartizado al menos a 90 personas como parte de una “limpia” que su jefe, el capo Arturo Beltrán Leyva, había ordenado llevar a cabo en el estado de Morelos.

Villarreal recibió la instrucción de aniquilar a amigos y conocidos de un antiguo lugarteniente de Beltrán: Mario Pineda Villa, “El MP”. Él personalmente sembró el terror en Morelos, llenando el estado de cuerpos calcinados y desmembrados.
 

A ese marrano (Pineda Villa) yo mismo lo levanté. Se creía muy sanguinario y además no era de mi agrado. Lo amarré y le di de patadas hasta que perdió el conocimiento”

, declaró luego en la SIEDO.

Con Edgar Valdez Villarreal, alias “La Barbie”, “El Grande” fue la mano derecha de Arturo Beltrán hasta que este murió en Cuernavaca en un enfrentamiento con la Marina.
Le llamaban así por su estatura, 1.98 metros, y por su corpulencia (115 kilos). A los 20 años de edad ya era policía ministerial en Coahuila. En 1993 ingresó a la Policía Judicial Federal y fue asignado a la plaza de Torreón. Ahí conoció a los enviados del Cártel de Juárez, en especial al sanguinario Arturo Hernández, “El Chaky”.

En 1997 Amado Carrillo murió al salir de una cirugía plástica cuyo fin era ponerle un rostro nuevo. “El Grande” quedó como jefe de una célula del Cártel de Juárez que operaba en Coahuila, Durango y Chihuahua.
Cuando “El Chaky” fue detenido, a mediados de 2003, “El Grande” quedó a cargo del mercado de cocaína en Durango y Coahuila. La PGR lo consideró “el principal abastecedor de droga en la región”.

Según la PGR, “El Grande” trabajaba bajo el amparo del subprocurador Humberto Reséndiz, y tenía a su servicio a las policías de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo.

En esos años, Los Zetas secuestraron y ejecutaron a su primera esposa. Este hecho señaló el inicio de una ola de violencia nunca vista en Durango y Coahuila. De acuerdo con un reporte federal, “El Grande” fue reclutado por Arturo Beltrán en 2006.

Al año siguiente aparecieron en la Ciudad de México las cabezas de un par de empleados de Jet Service, una empresa de almacenamiento de carga aérea. No había sucedido algo semejante en la capital del país. Aquellas cabezas fueron la tarjeta de presentación de “El Grande”: los empleados habían perdido media tonelada de cocaína y él fue el encargado de ir a cobrárselas. Muy pronto se volvió uno de los líderes principales del Cártel de los Beltrán.

Cuando Arturo fue abatido por la Marina, Héctor Beltrán ordenó al “Grande” que aniquilara a “La Barbie”, a quien acusaban de haber traicionado al capo. Vinieron más muertes. Muertes que sacudieron Morelos, Guerrero y el Estado de México.

“La Barbie” involucró al “Grande” en el asesinato de varios agentes federales: Edgar Millán, Omar Ramírez, Roberto Velasco, Igor Labastida y Edgar Bayardo.

La Marina lo localizó al fin en el estado de Puebla. Desde el momento de su detención (2010) ofreció volverse testigo protegido y manifestó su intención de entrar en tratos con autoridades estadounidenses, “en busca de posibles beneficios”. Dijo tener información de senadores, diputados, gobernadores, generales y altos mandos policiacos. Dijo estar al tanto de negocios de al menos 500 millones de dólares. Con el nombre clave de “Mateo” se convirtió en testigo estrella de la PGR.

“El Grande” embarró a quien pudo. Tres generales acabaron en prisión a causa de sus declaraciones. Poco después, dichos militares y otros funcionarios señalados por el narcotraficante fueron exonerados. Todo resultó falso. Pero las declaraciones de “Mateo” fueron la moneda de cambio que permitió su extradición.
A pesar de su desprestigio, en Estados Unidos “El Grande” fue admitido como testigo colaborador.

Hoy se sabe que entregó información al Departamento de Justicia, que declaró en varios juicios y que logró un buen acuerdo: acaban de liberarlo en diciembre pasado. Una nota periodística indica que su rastro se perdió en Houston.
 

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