En medio de los graves problemas de criminalidad y seguridad que vive el país; entrados en una apuesta al desmantelamiento del Seguro Popular para introducir el Insabi, surge la “Gran Rifa del Avión”.
Los críticos de la nueva Administración dicen que el tema del Boeing 787 es una cortina de humo o una ocurrencia del Presidente. Sus seguidores dicen que es una genialidad.
Digamos que de verdad se decide rifar el avión. La institución que podría hacerlo es la Lotería Nacional, una entidad federal para la “beneficencia pública”.
La Lotería decayó en los últimos años y sus resultados son penosos. De los datos que encontré en su portal, vemos que perdió dinero en 2013. Las últimas ventas reportadas de un año completo son las del 2017. En los 32 estados vendió 10 mil 552 millones de pesos con la ayuda de 7 mil billeteros.
En cada emisión de billetes se venden 2 de cada 3, según me lo confió un billetero. El 33% se regresa para su anulación. A los billeteros les dan el 10% de las ventas.
Si hacemos cuentas, según lo dicho por el Gobierno, se quieren rescatar unos 500 millones de pesos de su venta, subasta o rifa. El asunto es que el avión está arrendado, no es propiedad del Estado Mexicano ni de la Fuerza Aérea como está impreso en sus costados.
Presuntamente podrían obtenerse 3 mil millones y pagar dos mil 500 por el resto de la deuda.
Habría que vender 6 millones de billetes, boletos o cachitos de a 500 pesos cada uno nada más para pagar el premio. Pero se tendrían que imprimir cuando menos 10 millones de boletos para cubrir la comisión de los billeteros, los agentes y la publicidad necesaria para meterlos al mercado. Hay gastos.
Significaría vender en un solo evento la mitad de lo que coloca la Lotería Nacional en un año. Un reto formidable con un alto riesgo de que los memes, la chunga y la diversión no alcancen para animar a quienes deseosos estaríamos de obtener un premio así.
Para seguir la narrativa, el Gobierno tendría que garantizar una recompra inmediata y condonar los impuestos al ingreso del feliz afortunado ganador.
Digamos que el evento dura 4 meses en organizarse, la propaganda inunda los medios y la nueva Administración se levanta con un batazo que se sale del estadio marcando un jonrón. Puede ser. La popularidad del Presidente y el tono juguetón del invento es tan inverosímil como llevar a cabo una conferencia mañanera todos los días.
Lo más paradójico sería que volveríamos a pagar el avión en “cachitos” de 500 pesos para que alguien lo rematara al precio que fuera.
Diga usted para qué lo querría un ciudadano, sino para venderlo de inmediato con el descuento que fuera. Ni Bill Gates lo necesita.
Pronto sabremos si la rifa fue una gracejada o un golpe de inspiración para mantener al pueblo sabio entretenido.
El Boeing 787 fue un exceso del sexenio anterior. El mejor viaje que tuvo lo hizo el propio López Obrador, quien lo utilizó para su campaña política, no volando en él, sino haciendo que los electores vieran materializada la corrupción de Enrique Peña Nieto en una enorme ballena blanca llena de lujo y dispendio.