Padres de familia angustiados por la vida de sus hijos bloquearon la terminal Uno del Aeropuerto Benito Juárez en la CDMX. Durante tres horas clamaron por medicinas necesarias para que sus hijos puedan enfrentar la más angustiosa enfermedad.
Decía un médico sabio que la única tarea del cáncer es crecer. Cada día, cada semana que pasa sin atenderse, se reducen las posibilidades de sanar.
Ver a un niño con cáncer es terrible. La impotencia duele hasta la médula. No sabemos cuántos infantes están sin atender, pero según uno de los manifestantes, falta medicina en varios estados.
Para tratar de quitar el bloqueo, autoridades les dijeron que las cajas ya estaban en el hospital. Los manifestantes pidieron un interlocutor válido que los atienda y dé solución inmediata. Duró tres horas la súplica y el bloqueo. No es la primera ocasión en la que bloquean el aeropuerto porque la escasez es intermitente y el reclamo viene cuando no se atiende la demanda del sector salud.
Mientras eso sucede, el Gobierno apuesta a un servicio universal de la salud pública sin cobro para los pacientes. Una aspiración legítima de cualquier administración. El problema es que desgraciadamente se requeriría el triple en gasto público para la salud. Sólo países desarrollados como los países escandinavos, Inglaterra, Canadá, Australia o Nueva Zelanda cuentan con ese servicio. Son países ricos que invierten de un 6 a un 9% de su producto interno en salud. México gasta apenas el 2.5 del PIB en salud pública.
Chocamos con la realidad y la necesidad de planear las cosas bien desde el principio y con miras de largo plazo. Si la nueva Administración prometiera que en 10 o 15 años se llegaría a la meta de universalizar el servicio sin cobro de la salud, podríamos creerlo.
Decir que a finales de año se logrará, es como pensar que un vecino sale en ropa ligera y dice que entrenará hoy para correr un maratón mañana. Lo más probable es que no pase del kilómetro 5.
Esta semana también supimos que será el Gobierno federal el que pague la inversión de unos 150 mil millones de pesos para el Tren Maya, un proyecto que nadie ve indispensable ni siquiera necesario. Es más, puede considerarse un verdadero derroche, igual que la destrucción de Texcoco.
Vemos a dos jóvenes frente a frente: uno de 20 años, saludable pero que no trabaja ni estudia y otro de 8 años sin pelo y con la tez amarilla porque tiene cáncer. Uno que no sabemos si no trabaja ni estudia porque es flojo, no tiene interés o le faltan oportunidades. Supongamos que el veinteañero no tiene oportunidades. Aún así, a quién le entregaría usted dinero. La respuesta es clarísima.
Hay una profunda inmoralidad, por no decir corrupción, al diseñar políticas públicas que premian el ocio y castigan a niños y adultos enfermos de cáncer.
Esto parece apenas una introducción al desastre que viene con la falta de planeación en el cambio de programa del nuevo Insabi. Lo dicen grandes expertos como Julio Frenk y Salomón Chertorivski.