Al fin se cumplió mi sueño de ir a Oaxaca en este pasado periodo vacacional. Resultó una tierra mágica llena de colores y misticismo que con alegría invaden las calles. Lo que me resultó más impactante fue el trato con distintos artesanos que con pasión y sencillez narran su historia.
Primero fue un encuentro casual con un alfarero en la reconocida zona arqueológica de Monte Albán, quien nos platicó que a sus 10 años, al no querer estudiar, su padre le enseñó a trabajar la arcilla y a moldear xoloitzcuintles (perros mexicanos prehispánicos) y vasijas para vender en los monumentos turísticos. Sonriente y orgulloso de su trabajo, nos enseñaba el autor sus pequeñas creaciones.
Así también conocimos al nieto de Doña Rosa, precursora del brillo a las piezas del afamado barro negro. Fernando forma parte de una tercera generación de artesanos y continúa la tradición con el mismo cariño y dedicación que su abuela y su padre le enseñaron para darle forma al barro. Sentado en un pequeño taburete, Fernando hace una demostración mientras con gran sentido del humor narra la historia familiar. A Fernando le enoja que los turistas mexicanos no valoren su trabajo que conlleva tanto esfuerzo y se pongan a regatear.
El encuentro más emotivo fue con Ismael Jiménez, hijo de Manuel, quien desde la edad de seis años en 1927 creó los primeros alebrijes de madera en Oaxaca. De familia muy pobre el chico no tenía juguetes y decidió fabricarlos él mismo. Primero utilizó arcilla e imitó a los animalitos de granja que cuidaba, pero éstos se deshicieron con la lluvia.
Después utilizó madera hasta que descubrió el copal, que era más resistente. Para tallarla utilizaba su machete y navaja.
Mientras Ismael narraba con gran emoción la historia de su padre, iba tallando un pedazo de madera a machetazos anunciando que haría un conejo. Manuel fue descubriendo algunos colores en las cortezas de los árboles, ya que un comerciante estadounidense que le compró sus animalitos de madera le sugirió pintarlos. Si no tenía pinturas, tampoco brochas ni pinceles. Tuvo que ingeniárselas con carrizo muy delgado e ixtle de maguey. Los alebrijes de madera se empezaron a popularizar conjuntamente con los de papel maché de Pedro Linares, de la Ciudad de México, a raíz de un documental de una norteamericana.
Así, a través del aprecio y valor de extranjeros, el arte rústico de artesanos se vuelve sofisticado convirtiendo a los animalitos de granja en animales mágicos y fantásticos apreciados por destacadas personalidades estadounidenses y mexicanas. Cuando Ismael termina su charla el pedazo de tronco que tallaba con machete estaba convertido en un conejo postrado.
Lo que éstos y otros destacados artesanos oaxaqueños tienen en común es el orgullo de haber heredado esa tradición artística de sus antepasados. Sus locales y centros de trabajo están llenos de fotografías de los iniciadores y de los reportajes y reconocimientos que han tenido por su arte. Así también les caracteriza una nobleza única por compartir y enseñar sus conocimientos y los retos que cada quien desde su comunidad tuvieron que enfrentar para la creación de su obra artesanal. Estos artesanos utilizan las manos e instrumentos rústicos que ellos mismos manejan con gran destreza. Ninguna tecnología y maquinaria moderna interviene en el proceso.
El destacado maestro pintor Leovigildo Martínez, a quien tuve el privilegio de visitar en su estudio, coincidió con Ismael Jiménez, al decir que el mundo artístico y artesanal era muy amplio y cabían todos. Así también ambos coincidieron en mencionar que en ocasiones la gente obtiene información, fotos, ilustraciones o cuentos de ellos y los publica sin autorización. Algunos artesanos oaxaqueños se han descubierto en fotos de libros muy caros y ellos ni enterados estaban.
Es triste no reconocer el trabajo artesanal y, peor aún, regatear, pero lo más detestable es lucrar con sus historias sin aprobación y retribución. Pero como dicen en la tierra oaxaqueña: “Para todo mal mezcal y para todo bien, también”. No aceptar esta bebida de los dioses cuando un oaxaqueño la ofrece, es un gran desaire. Y de mezcal en mezcal la vida pasa para disfrutar sin protestar.