En un país que a diario se desangra, que lleva años en una espiral de violencia que parece no tener fin, en donde nadie en ninguna parte está seguro y en donde miles de familias sufren por la muerte o la desaparición de un ser querido, el presidente de la República ha decidido despreciar a quienes marcharon en busca de justicia y de paz. Javier Sicilia y la familia LeBarón encabezan el movimiento. Ellos han padecido en carne propia la violencia criminal, esa que no distingue condición social ni filiación política.
Sicilia y los LeBarón han recogido en su paso el dolor de familias rotas por el crimen y la indiferencia de las autoridades. Se podrá simpatizar o no con ellos, pero resulta mezquino y miserable escatimarles el esfuerzo y la congruencia de la que han dado muestra desde hace años. No se trata de un movimiento personal. Se trata de un movimiento que patentiza el dolor constante de una sociedad abandonada.
Quienes elogiaron a Sicilia en 2009 hoy lo reprueban por considerar que la marcha tiene como finalidad desprestigiar al presidente. Quienes se horrorizaron con el ataque al hermano de Julián LeBarón y su cuñado, hoy se burlan, lo agreden y justifican el macabro atentado que costó la vida de tres mujeres y seis menores miembros de su familia.
La ponzoña dirigida desde el pulpito del poder mantiene dividido al país. “No voy a recibir a Sicilia porque me da flojera”, “No recibiré a la marcha porque no quiero caer en un show”. Así trata el presidente a quien legítimamente quiere vivir en paz y aún mantiene la esperanza en la actuación de las autoridades.
Qué lejos está el presidente del candidato, aquél hombre que ponía el dedo en la llaga y empatizaba con las causas justas. Qué lejos el presidente que no escucha al candidato sensible y cercano al pueblo. Qué lejos el candidato demócrata y que prometía gobernaría para todos en caso de triunfar, del presidente que exige adulación y sumisión.
No es extraño por lo tanto que quien señale un tema incómodo para el primer mandatario resulte desprestigiado, agredido, vilipendiado, estigmatizado. La miseria y la mezquindad son el sello de esta administración.
No hay nada bueno que esperar ante un presidente encerrado en una burbuja ideológica y prejuiciosa, cercado por una corte de aduladores que le dicen que todo marcha bien.
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