Hace mucho que escucho el peligro del calentamiento global, pero la verdad no era totalmente consciente de ello. Soy una persona que pone la basura donde debe, no desperdicio agua y procuro utilizar la electricidad y el gas lo menos posible; eso me parecía suficiente para no causar graves daños al planeta y disminuir el cambio climático.

He de aclarar que los berrinches y regaños que la niña Greta Thunberg hace al respecto en diferentes foros internacionales no son de mi agrado, pero sí me alertaron sobre la gravedad del problema y me llevaron a pensar en el mundo que estamos dejando a nuestros hijos.

En la actualidad, esto del calentamiento global y el cambio climático, es serio y está generando graves efectos secundarios en nuestro sistema climático. Los cambios en el nivel del mar a lo largo de costas muy pobladas y la retirada de los glaciares de montaña de los que dependen millones de personas para el agua potable y la agricultura, tienen probablemente un mayor impacto en la sociedad que el cambio de temperatura.

Esta preocupación se ha intensificado en la juventud y en millennials que se angustian y se llenan de ansiedad ante los problemas ambientales que enfrentamos, como el crecimiento de los océanos, la alta extinción de especies y todas las predicciones del calentamiento global que visualizan como un verdadero apocalipsis.

Conozco una chica que dejó de comer carne vacuna y tomar leche porque esta comida impacta en el ambiente tres veces más con gases de invernadero. Ella compra ropa de segunda mano o reciclada y está empeñada en formar una comuna con otros jóvenes para cultivar sus propios alimentos, porque la tierra dejará de ser sustentable y hay que prevenir.

¿Llamaría el presidente Trump a esta chica una “poeta de la fatalidad” como calificó a Greta? Según algunas encuestas, casi las tres cuartas partes de los millennials experimentan este fatalismo llamado “eco-angustia”.

A raíz de la prohibición de las bolsas de plástico en los comercios para evitar la contaminación y basura no degradable, muchas personas sienten alivio al evitar algo de contaminación. El desarrollo industrial no midió las consecuencias de sus excesos de producción generando una cultura de lo desechable, un consumo de usar y tirar.

El resultado es que ahora nos hemos inundado de basura. Los productos de vida corta no pueden ser aprovechados y contaminan el ambiente. Esto ha ocasionado muertes de especies marinas y animales terrestres, porque se mezclan en la cadena alimentaria poniéndoles en peligro y causando contaminación de mares y ríos. 

Algunas tiendas comerciales ofrecen bolsas de tela reusables a precios bajos para animar a los consumidores a utilizarlas. Las bolsas biodegradables hechas con materiales naturales pueden ser consumidas por los microorganismos en corto tiempo y no contaminan con elementos químicos ni gases a la atmósfera. El plástico en bolsa, botella o en cualquier otra forma así como las pilas, pueden tardar cientos de años en desaparecer.

Hay que reducir el consumo de recursos naturales renovables y no renovables destinados a la producción industrial; así también reducir las emisiones de gases que colaboran con el calentamiento global y el cambio climático y ahorrar energía.

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha limitado a 11 el número de años que quedan antes de que se produzcan trastornos sin precedentes. 

La mejor manera de disminuir esta catástrofe es reforzando la sensibilidad individual en el tema para contribuir a un mejor futuro del planeta. La joven sueca Greta Thunberg lucha contra el calentamiento global enfrentándose a los más poderosos del mundo.

No quiero su esperanza”

, dijo a los participantes en el Foro Económico Mundial de Davos en enero,

quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que siento todos los días”.

Es claro que Greta, como tantos millennials, padece “eco-ansiedad”, y todos nosotros deberíamos de tenerla aunque sea un poco para transformarla en acciones y evitar así la destrucción medioambiental.

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