A Porfirio Muñoz Ledo lo conocí en persona en una reunión en la casa de Antonio Torres Álvarez. Había que escucharlo y eso hicimos durante horas. Su cultura y experiencia enriquecían cualquier reunión en corto.
Recuerdo que le pregunté si tenía algún parentesco con la familia Muñoz Ledo de Celaya. Contestó que tal vez tuviera algún familiar lejano por llevar el mismo nombre, no muy común.
Después del arribo de Carlos Salinas de Gortari al poder y ya del lado de la oposición, tuvo la peregrina idea de lanzarse como candidato a gobernador por Guanajuato. Como no era natural del estado ni tenía domicilio ni conocía el terruño, inventó una ley inexistente en la Constitución política del estado, la “ius sanguini” o derecho de sangre.
Él sería candidato porque “sus orígenes estaban aquí”. Era falso pero al final de cuentas las autoridades electorales meditaron que sería mejor dejarlo participar para evitar conflictos.
Durante la campaña establecimos una relación cordial al grado de que tenía la confianza de llegar a mi oficina cuando yo no estaba y se sentaba en el escritorio, pedía alguna llamada y algo de tomar.
Nunca lo vi mal, por el contrario, era agradable que sintiera esa cercanía con el periódico. Era bueno para compartir un trago y conversar. Nunca perdió el sentido del humor; tenía expectativas demasiado optimistas sobre el resultado de la elección.
Tenía un grupo de apoyo y algo de presupuesto, cuidaba los dineros de campaña él mismo. No soltaba la chequera a nadie.
En aquel bellísimo eclipse de 1991 compartimos la vista del fenómeno y Porfirio salió a la calle diciendo: es el mensaje del final del PRI, se eclipsará frente a los partidos democráticos.
La elección la ganó Ramón Aguirre Velázquez con una sólida ventaja sobre Vicente Fox. Porfirio, astuto, como siempre, se unió al reclamo de Fox y le levantó el brazo en señal de triunfo. Se decía que Ramón había ganado con trampas y en parte era cierto. Rafael Corrales Ayala desvió de las arcas públicas el equivalente a unos 200 millones de pesos de hoy para la campaña de Aguirre.
Porfirio revivió en la política como siempre lo hizo y participó en la nueva ley electoral de 1997 ya en el sexenio de Ernesto Zedillo. Era el presidente del PRD cuando por fin se establecía la gran Reforma Electoral.
Aún estaba presente la infame “caída del sistema”, protagonizada por Manuel Bartlett en 1988. Dábamos un gran paso a un régimen plural y democrático. Porfirio estuvo ahí como actor principal, con su enorme experiencia y cultura política.
Hoy sabe que llega al final de su carrera y quiere irse con dignidad. Su voz es ya casi incomprensible pero su mente la tiene clara como siempre. Morena se salió de su corazón con la arremetida de la Guardia Nacional en contra de los migrantes centroamericanos. Siempre rebelde, es el primer legislador que no se somete. Bien por él. Bien por el país.
Como dice Shakespeare,
todo está bien, si termina bien”.
A pesar de sus detractores, Porfirio Muñoz Ledo le hace un bien a la República al no guardar silencio, al no ceder lo que defendió siempre, la libertad de disentir.