Cuando vimos la envergadura del proyecto del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco, se gestaron imágenes de un futuro turbulento con su cancelación.
Aquella obra diseñada por el mejor arquitecto del mundo, Norman Foster, podría ser el punto de partida de un país con una extraordinaria puerta al mundo y alas nuevas para nuestra economía.
En septiembre de 2018 aún no se decidía su cancelación por medio del disfraz de una consulta pública amañada. Teníamos la esperanza de que la sensatez y la palabra de Poncho Romo pesaran en el ánimo del presidente electo. Supimos del esfuerzo de Carlos Slim para rescatarlo con capital privado. No entendíamos cómo podía tirarse a la basura el esfuerzo de años y cientos de miles de millones de pesos en oportunidades.
Cuando vino la cancelación tuve la oportunidad de platicar con Abel Hibert, economista cercano a Romo y quien diseñaba la política económica para la nueva Administración. Pesaba un ánimo sombrío por la derrota que significaría para el país. La charla concluyó en el pronóstico de crecimiento para el 2019. Hibert, un hombre sencillo, conocedor y razonable, aseguraba un 2%.
Sin ser economista, le advertí que no creceríamos, que la decisión de Texcoco pesaría no sólo en las arcas públicas sino en el ánimo de empresarios e inversionistas. Era un golpe brutal: sembraría desconcierto y desconfianza.Una decisión tan irracional tendría repercusiones en todo. Así fue.
El Inegi encuentra en las cifras de los diferentes sectores que la economía no sólo quedó en cero, sino tuvo una contracción del 0.1%.
Si vemos la curva del PIB (Producto Interno Bruto), hay un punto de inflexión en octubre del 2018, justo cuando se cancela Texcoco. De ahí en delante disminuye la inversión y el crecimiento sólo se da en algunos sectores como el agrícola y el de servicios. La inversión más significativa de la nueva Administración se daría en reparto de ayuda social.
Desde la expropiación (confiscación) de la banca en 1982, no habíamos tenido una medida tan dañina para la economía del país.
Después de un año sus efectos permanecen y se acrecientan. La incertidumbre llena las mentes de los inversionistas pequeños y medianos de terror con nuevas leyes draconianas que pueden despojar, sin juicio previo, a los ciudadanos de sus bienes.
En las conferencias mañaneras hay un desprecio por los “conservadores” a quienes se les califica siempre de “hipócritas”. Muchos de ellos empresarios.
Hay promesas de políticas populistas fundadas en la magia y los dogmas, no en los números y la ciencia económica. La gratuidad universal de los servicios médicos es una maravillosa meta para el futuro pero imposible para cumplirse en 12 meses sin trastornar todo lo que ya existe.
Al negar el valor intrínseco del crecimiento, la nueva Administración tropieza porque no tendrá los recursos necesarios para cumplir con los compromisos del Estado.
Nuestro mayor esfuerzo y el optimismo son los ingredientes indispensables para que el país crezca a pesar de todo. En 1976 y en 1982; en 1995 y en 2009, las empresas y el trabajo creativo e incansable de sus integrantes superaron la crisis. Será igual en 2020. Porque pronto la adversidad tiene que convertirse en oportunidad. Sólo con optimismo y resiliencia lograremos en la microeconomía de las empresas sacar adelante la macroeconomía.