Al finalizar el año pasado, recibí de mi distinguido alumno Benjamín Rocher Juárez, el libro “La sucesión presidencial en 1910” que escribiera en 1908 el llamado “Apóstol de la democracia” Francisco I. Madero.

Es importante poner en contexto la situación política de México en aquel año. Don Porfirio Díaz llevaba gobernando veinticuatro años de manera ininterrumpida (1884-1908), mas otros cuatro de su primer periodo presidencial (1876-1880). En 1904 el periodo se extendió de cuatro a seis años y precisamente en 1908, Díaz le ofrece una entrevista al periodista norteamericano James Creelman que saldría publicada días después en la Pearson”s Magazine, una revista muy influyente de la época.

Don Porfirio habló y habló y entre las muchas cosas que dijo fue que no se presentaría como candidato en 1910 y que había estado esperando pacientemente a que el pueblo mexicano adquiriera la madurez para elegir a sus gobernantes. Desde su perspectiva ese día había llegado ya y remataba diciendo que vería con buenos ojos el surgimiento de partidos de oposición.

Las declaraciones del presidente causaron un enorme revuelo en todo México. Distintos grupos tanto fuera como dentro del gobierno comenzaron a organizarse en torno a figuras que pudieran competir en las siguientes elecciones.

Francisco I. Madero era hijo de una de las familias más prominentes del país. Había estudiado en Francia en donde se aficionó al espiritismo, muy de moda en ese tiempo y sus genuinos anhelos para lograr la democracia en la República lo llevaron primero a escribir el libro y después a participar abiertamente como candidato presidencial.

En el texto el coahuilense plantea los problemas que aquejan al país, la inexistente democracia, la concentración del poder, los cacicazgos locales y la inequitativa distribución de la riqueza. La crítica es severa, es dura, es directa. Sin embargo, Madero también llena de elogios al presidente en múltiples párrafos, siendo el siguiente el más significativo desde mi punto de vista:

“En lo particular, estimo al general Díaz, y no puedo menos de considerar con respeto al hombre que fue de los que más se distinguieron en la defensa del suelo patrio y que después de disfrutar por más de treinta años el más absoluto de los poderes, haya usado de él con tanta moderación; acontecimientos de los que muy pocos registra la historia.

Pero esa alta estimación, ese respeto, no me impedirán hablar alto y claro, y precisamente porque tengo tan elevado concepto de él, creo que estimaré más mi sinceridad, aunque juzgue duramente algunos de sus actos que las serviles adulaciones que quizá ya lo tengan hastiado”.

El propio Madero incluso comenta en su obra que el presidente puede otorgar la vicepresidencia a algún individuo ajeno al gobierno, tomando en cuenta que el dictador cumpliría 80 años y se veía difícil que terminara el periodo en 1916.

Al acercarse la fecha, Díaz incumplió con su palabra y se presentó de nueva cuenta como candidato. Aquí comenta Macario Schettino en su obra “Cien años de confusión” que don Porfirio tuvo la posibilidad de haberle ofrecido la vicepresidencia al general Bernardo Reyes, el sucesor natural, a José Yves Limantour o incluso al propio Madero. De haberlo hecho así, quizá Díaz habría conjurado la Revolución, pero no supo comprender el momento, no supo entender que su tiempo había finalizado ya.

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