Pasó el tiempo en el que las mujeres se cuestionaban si debían estudiar e ir a las universidades, si debían votar, y si debían estar y participar en las cuestiones públicas que afectaban a su comunidad y a su país.

Pasó el tiempo también en el que los hombres no sólo se lo cuestionaran a instancia de ellas, sino que pudieran dar un no por respuesta, descalificarlas e impedir que lo hicieran.

Las luchas por los derechos de las mujeres han sido muchas y lentas en dar fruto. Fue en la Revolución Francesa cuando las mujeres europeas comenzaron a tomar el estandarte de los reclamos por la igualdad social y marcharon  bajo el lema

libertad, igualdad y fraternidad”. 

En sus trabajos la diferencia de género era inmensa: cobraban la mitad que los hombres simplemente por ser mujeres. Un importante logro fue la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana redactada por Olympe de Gouges en 1791.

Éste es uno de los primeros documentos históricos que propone la igualdad de derechos o equiparación jurídica y legal, y derecho a votar. Tristemente, Olympia muere guillotinada y, posteriormente, Napoleón da marcha atrás de los pocos logros obtenidos. 

El movimiento sufragista que solicitaba derechos civiles y, en específico, el del voto, utilizó tácticas y proclamas agresivas y violentas que incluían huelgas de hambre, incendios y destrozos como el de la vitrina que contenía las joyas de la Corona en la Torre de Londres. 

En distintos lugares del mundo se dieron expresiones de inconformidad por las variadas discriminaciones que padecían las mujeres, pero fue hasta el siglo XVIII cuando se da una toma de conciencia colectiva que rechazaba la opresión laboral, familiar y social. 

A mediados del siglo XIX los reclamos tomaron más fuerza exigiendo políticas públicas para frenar los feminicidios y mostrar otras formas de desigualdad y violencia cotidiana que vivían las mujeres.

La marcha del día 8, que logró conjuntar a diversos grupos de mujeres, y el “paro” del día 9 son acciones que fueron tópico en la sociedad estos últimos días. Ya sea a favor o en contra, era tema en pláticas, en redes sociales y en medios de comunicación.

Antes, las noticias de las mujeres ocupaban notas pequeñas y no se les daba importancia más que en la sección de sociales, espectáculos y moda. Ante la popularidad creciente de “Un día sin nosotras” y del apoyo de conductoras de programas de televisión y radio que no laborarían, la cobertura mediática dedicó espacios importantes y primeras planas de esta protesta femenil.

De todos los esfuerzos que se han hecho durante años para sensibilizar y concientizar sobre los daños que provoca la violencia contra las mujeres, han sido estas últimas semanas las que han logrado que gran parte de la población se sensibilice y tome conciencia. 

A raíz del paro “Un día sin nosotras”, escuelas y universidades hablaron de la importancia del trato de igualdad y respeto que debe existir entre mujeres y hombres; papás de alumnos decidieron suplir con entusiasmo a maestras apoyando así la causa de las mujeres por una vida libre de violencia y valoración de su trabajo. 

De igual forma en algunas fábricas, oficinas y lugares de servicio, los hombres se dieron a la tarea de hacer el trabajo de sus compañeras ausentes. Amas de casa les dieron el día 9 a sus ayudantes, no sin antes explicarles la finalidad del paro, y muchos esposos suplieron a sus cónyuges en las labores del hogar.

El resultado de estas acciones no es mágico y no resuelve de una manera inmediata que los derechos de las mujeres sean respetados y tengan una vida libre de violencia, ni les proporcionará suficientes oportunidades y apoyos para estar en situación de igualdad. 

Como sociedad tendremos que seguir exigiendo seguridad y justicia al gobierno y construyendo esta igualdad tan necesaria a través de la educación, promoviendo valores y abonando humanidad en los corazones de nuestros niños y niñas.

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