Para los católicos, por la Semana Santa, siempre se ha convocado a una especie de ejercicios denominados cuaresmales. Se trataba y continúa siendo un tiempo de reflexión interior y exterior o sea examen de conciencia.
Los predicadores, en el pasado nada remoto, no pocos muy sabios por cierto, planteaban realidades y emitían normas para mejorar la conducta.
Algunos templos se llenaban por esas fechas con la feligresía por separado: niños, jóvenes y matrimonios. Muchos concurrentes iban a “cabecear”, o sea, a aparentar que reflexionaban, pero en realidad dormitaban.
Lo poco que oían por una oreja les entraba y por la otra se les salía, a grado que generalmente al terminar la sesión diaria si alguien les preguntaba: ¿qué trataron?, respondían con el clásico: ¡no me acuerdo! Y tán-tán.
Esa práctica en mucho hoy ha cambiado. Estoy seguro que para bien de nuestra sociedad.
No sé si la nueva metodología sea una reforma en el franciscanismo o actualización de Fray Fabián Orosco, rector del convento, templo y teatro en El Coecillo.
Se trata de Reflexiones de Cuaresma. Los asistentes no solamente escuchan sino que tienen una relevante participación. Plantean en la temática realidades que les atañen. Dicen lo que hay en su entorno. Exponen cuanto piensan.
El diálogo es abierto, sin límites. Así fluyen experiencia y crisis, afloran situaciones que aún siendo espinosas se exponen a los criterios de los asistentes.
Hay una persona moderando. Generalmente se trata de profesional del tema, sacerdote o no. Un tópico que ejemplifica el hoy cuaresmal es el referente a “La violencia en la familia”.
Los psicólogos que coordinan abren la reunión y permiten que se expresen todos.
La violencia intra-hogar con las palabras. ¿Cómo se dirigen en el seno de la familia entre hermanos, padres, abuelos?
Si hay altisonancia en los tonos de la voz o apodos que denigren; si se usan formas imperativas como el “tú, pásame el salero”, en tono arrogante.
Todo aflora, fluye en esta especie de terapia, que no otra cosa es encaminada a desnudar la violencia que existe en las formas y fondo de las familias.
¿Hay alguien con propensión a algún vicio, al alcohol y droga; un holgazán que no quiera, pidiendo hacerlo ni estudiar y menos trabajar?
Todos los asistentes opinan, dan consejos, van vaciando o convidando su experiencia.
Los profesionales de los temas abren el abanico de normas.
Esta metodología va a ser de suma utilidad a la Iglesia porque significa renovación y profundidad, orientación en las conciencias y consecuentemente en las conductas.
Claro que para no caer en errores de quererle hacer un psicoanálisis a todo mundo, habrá que marcar, por parte de los verdaderamente ilustrados, la esencia y el fondo del sistema. No se vaya a deslizar el formulario como ocurrió en Cuernavaca bajo la égida de monseñor Sergio Méndez Arceo, que acabaron Gregorio Lemersier e Iván Ilich y sus seguidores con el convento benedictino -hoy un erial- porque creyeron que ellos eran la ciencia, el psicoanálisis encarnado.
El sistema importa, en forma y fondo. No se trata, es claro, de sesiones de preguntas y respuestas frías, calculadas, sino de una guía fundada en la moral, soportada por la filosofía y la teología, desde San Agustín, Santo Tomás, Balmes, San Ambrosio y el padre Iglesias, hasta los modernos pensadores. Todo encaminado a que el ser humano ascienda y se realice íntegramente.
Cuando en unos cuaresmales reflexivos, como estos de los que hablamos, se escuche a niños y niñas, vamos a clarificar la represión, falta de entendimiento ante ellos, nos vamos a dar cuenta de que no son adultos chiquitos a quienes pretendemos, “para que aprendan” se dice, darles cargas de mayores. Que sepan lo que es la pederastia, para que se cuiden.
¿Qué quiere su hijo? Le preguntó una profesional al paterfamilia. “Chutar”. Respondió el progenitor. “Chute con él; hágase como niño. Se lo va a agradecer. Así será obediente y colaborador”.
Nada más por ir a la arista de una cuestión imaginemos unos cuaresmales reflexivos, con la asistencia de madres solteras. No digo padres solteros porque esos son como los sapos, se meten debajo de la tierra hasta nuevo temporal.
Todo el drama de una mujer burlada, engañada, confiada o si se quiere hasta enamorada, que la abandonan para que asuma ella sola su calvario.
Hoy un jurista preparado ya puede encaminar a un niño, niña, muchacho o muchacha a que con la prueba del ADN (genética), reclame la paternidad.
Si ello aflora de las reflexiones de cuaresma, será un logro sustantivo para el mundo actual, tan convulso.
Las experiencias vertidas en este tipo de cuaresmales le darán a la Iglesia la oportunidad de pulsar y orientar en un drama que nada tiene de oculto.
¡Cuánto bien se puede hacer!
Los púberes requieren ser oídos. Muchachos y muchachas. No sermoneados, sino orientados, comprendidos. Ubicados en un mundo en donde las tentaciones, de toda índole, se manifiestan a cada instante y hay que vencerlas con sabiduría y fortaleza.
Sortear los peligros de su tiempo. ¿Cómo hacerlo, con qué armas físicas, psicológicas, sociales, morales?
No, nadie chapado a la antigüita vaya a suponer que ya nos convertimos en enemigos de la predicación. Un excelente orador o una disertante con elocuencia, siempre, dentro o fuera de la Iglesia o de las iglesias, serán bienvenidos; pero, entiéndase que para sacudir conciencias primero hay la urgencia de escuchar.
Esta manera de reformar el sistema cuaresmal, va a ser o ya es, una especie de campanazo dentro de la Iglesia que debe ir siempre adelante, como guía y visionaria, en un mundo que ha de utilizar la ciencia, la tecnología, el arte, los trabajos modestos o no, para la realización y grandeza de los seres humanos, crean o no en el más allá.