El sol imperturbable cada mañana hace su presencia, este viento con flores de jacaranda baña las calles, se sabe la primavera y el delicioso calor que arranca no conoce de pandemias ni clasifica violencias. Por la noche una luna bien delineada se asoma con un mantel de estrellas, indiferente testigo del dolor de quien enfermo yace en cama, del infame que asusta con hierro, sangre y fuego; de los amantes que se abrazan con el pensamiento, alentando con el recuerdo un beso, recorriendo el ánimo, respirando con la memoria, excavando ese túnel invisible e indivisible con amor, anhelo y deseo a sabiendas del imposible. De la madre, del padre, que desbarata el rosario haciendo ríos para marcarle el camino al que ha perdido la senda. De aquel que cierra los ojos y desprende el despojo para volar ligero hasta el cielo.  De quien lanza el respiro primero y grita vida para después decir día. Y, la luna impenetrable avanza se oculta y de nuevo el sol llena mis cielos.

Cuántas veces ante la desgracia que desfachatada se presenta, descarada, sin aviso, nos sorprende frágiles, pequeños y mucho más débiles que lo que nuestra portada demuestra exhalamos un&de veras no somos nada. ¿Qué tanto podemos prevenir ante la sorpresa? Buena o mala así llega todos los días, más en nuestra inconciencia quizá ni siquiera lo notamos o tal vez olvidamos dar gracias por lo pequeño, eso, lo insignificante. Cuántas veces suplicaste al cielo quedarte en casa, guardar los días, sentar el reposo, acomodar y revisar tanto tiliche que hace el espacio pequeño siendo tan vasto. Cuántas otras, extrañaste el silencio de las calles y distraído olvidaste que hermoso es escuchar que son los pájaros los primeros en despertar y alegrar la mañana. Nada por hacer todo por esperar, nada por proveer mucho sin imaginar. Por eso hoy te escribo, sin consuelo, sin tristeza, sin agobio; te cuento que aquí espero, observo, respiro y confió. Tengo una carta, sé que es mía y voy a jugarla.

Hago antesala para lo imprevisible, me sacudo el polvo y lavo mis cabellos; peino el alma ufana, reviso las manos; estiro la espalda. Sin altivez, ni timorata. Sin valentía, menos en bravata. La emoción se guarda, en el puño se quedan las lágrimas y en los dedos sigilosas esperan las risas.

 Las cartas están dadas, desconozco quien trae mano, es más ni siquiera sé si a esta mesa de póker fui invitada. La silla vacía me invita a sentarme, la mesa puesta me pide quedarme; desconozco las reglas no sé a que hora se pierde o se gana en el juego. La apuesta es clara, no valen los trapos, ni sirven collares, tampoco perfumes. Las caras lavadas, fuera los tintes, títulos y coronas. Tan rico el que es pobre; tan pobre el que es rico; tan bueno el que es malo, tan malo el que es bueno. Tan mundano en la ignorancia; tan profano y en ayuno. Con papeles, harto de harinas, aceites, propiedades, ignaro, lego, con abecedarios o sin biblioteca. La parca se para, me mira tranquila, repite y aclara&Señora, aquí, solo se apuesta la vida.

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