Cuando la primera epidemia europea llenaba de cadáveres el suelo mexica, los misioneros enfrentaban una encarnizada discusión con la realeza española y el Vaticano, sobre si los nativos esclavizados, saqueados, ultrajados y asesinados, tenían alma. Para el fin de siglo XVI en la tierra de la serpiente emplumada, millones de nativos habían perecido de una enfermedad desconocida: la viruela y el sarampión. Pero no había problema existencial, finalmente para ellos los nativos no tenían alma. Aunque para sus intereses evangélicos la tuvieran, y los justificaran.
Por primera vez en la historia, un ejército armado menor a 300 hombres, y unos cuantos caballos al mando de Hernán Cortés, tuvieron de su lado la viruela y el sarampión, para terminar con el imperio más importante del centro de México. Una verdadera bomba biológica trajo el poder europeo al nuevo mundo.
En el año de 1850, Europa se vería azotada por el cólera, las medidas fueron prohibir las reuniones públicas, el consumo de frutas y carne. Los florentinos bajo experiencias anteriores impusieron de manera formal las medidas de sanidad pública, bajo un lema muy reconocido: Oro, fuego y horca. Oro para los costes, fuego para las casas, y horca para los peligrosos.
En el año 1918, Estados Unidos nos heredó un capítulo de las pestes más letales del siglo XX, la influenza española, cuyo saldo mortal fue del orden del 2 al 10%. El brote comenzó en Kansas y Texas, en campos de reclutamiento de soldados que pelarían en la primera guerra mundial. La peste de la influenza bajo del sur de Estados Unidos, dejando cerca de 400 mil personas muertas en el suelo mexicano. Gracias a esa experiencia de desolación para millones, se pudo descubrir los tres grupos de virus A, B, C, de la influenza. Lo malo es que de poco sirvió para su prevención.
Hace diez años el virus A-H1N1, ni más ni menos, ahora originado en las granjas de puercos de Estados Unidos, “este virus que posee una estructura genómica compuesta por genes del virus de la gripe de los cerdos de origen euroasiático y por genes del virus de la gripe que afecta a los seres humanos”. Nuestra vecindad con el imperio del norte, ha tenido negras historias, sus pestes han sido fatales para nosotros.
En las lecturas de las pestes de la mitad del siglo pasado hasta nuestros días, hay escenarios que se repiten: el virus muta, cada vez es más contagioso, no hay vacunas existentes, su origen es una mezcla mítica una cruza de ADN animal y humano. Las medidas de seguridad, igual repiten el mismo esquema desde hace cientos de años: reclusión voluntaria o forzada, higiene, y una nueva versión florentina: oro, fuego y horca.
En cuanto a la función del Estado en estas pestes, siempre se ha quedado corto. Su misión principal de acuerdo al contrato social, de garantizarnos, en primer lugar, nuestra vida, y luego nuestra integridad en los bienes, queda coja, por no decirlo amputado. Hace quinientos años las epidemias eran fruto del azar y del desconocimiento de su origen y prevención; ahora, parece ser que son fruto del afán perverso de llevar miedo y pánico por el mundo como una fórmula de sometimiento. El azar biológico de las pestes, hoy es un arma con blancos muy bien definidos. Estamos en la era del miedo, tan intangible como un virus imperceptible a la mirada humana, y mortal como la viruela o el sarampión de aquellos viejos tiempos.
Revolcadero.
Publicidad barata las medidas de sanidad e higiene de la ciudadana Paniagua. El jardín acordonado es un símbolo de escasez de inteligencia. Da risa.