Un día me preguntó cierto amigo, ¿quién era Pedro Harapos? Le respondí que se trataba de una figura legendaria y de alguna forma caricaturesca para describir a “los pepenadores”.

Hurgan, buscan hasta el fondo en los depósitos de basura. Meten ojos, boca y nariz en las bolsas que la gente saca para que las recoja quien es recolector municipal. En ocasiones las personas que  colocan los depósitos a la orilla de sus banquetas se enfadan con ese tipo de “cazadores” ya que dejan un tiradero las más de las veces. Le ganan en tiempo al empleado que también araña el piso a efecto de subir a la unidad lo que puede.

De lo que reúnen los buscadores: papel, cartón, plástico reciclable, botes de aluminio, hacen un ingreso que alcanza de 80 a 100 pesos, según han ventilado algunos observadores. 

Esos “pepenadores” no están en un padrón porque para los gobiernos, de todos los rangos y colores, no existen; son a manera de seres invisibles.

No le cuestan nada a los gobiernos y además, por regla general, habitan en predios irregulares o llamadas, con absoluta claridad, ciudades perdidas. Unos palos, láminas, plásticos y cero servicios urbanos. A esas personas les cuesta más cara el agua, ya que la compran a los pipetos, en ocasiones sapalinos; y la corriente eléctrica se la surten  muchas veces con “diablitos”.

Y de los limpiaparabrisas, de todas las edades también, esa sacrosanta institución -eso debiera ser- denominada DIF o sea Desarrollo Integral para la Familia, ni los ve ni los oye.

Hoy, que el ronroneo de Coronavirus nos amenaza y por lo tanto se nos convoca a permanecer recluidos, sin salir de casa para cuidarnos, estos hombres, mujeres, jóvenes y hasta niños no tienen ni la más mínima oportunidad de estar a resguardo porque: si no trabajan, se mueren de hambre. Así de dramático y sencillo.

Pero la reflexión de fondo es que si no están identificados, menos enlistados, ¿quién los va a ayudar? Nadie. Triunfan en ocasiones porque su voluntad se agiganta y de la miseria sacan fuerzas para crecer y vencer la adversidad.Conozco casos de impacto y maravilla.

A los gobiernos, de todos los niveles, les hace falta entender que el bien colectivo los obliga a ver hasta la base de la pirámide social. Allí se ubican los que no tienen nada, en ocasiones ni la oportunidad de aparecer en las estadísticas.

Curiosamente, digo para no calificarlo como ironía, en León, a consejo de quienes influyen directamente en él, don Héctor René López Santillana, para atender problemática de la localidad, contrató a un Secretario Ejecutivo.

¿Faltaba un capitoste de la burocracia? Pues ya cuenta el Municipio con él; personaje que por cierto se encontró con su persona. Le encomendaron localizar a un City Manager, título rimbombante para ponernos a la par con el mundo más avanzado.

Por un pago que se dice alcanzó arriba del medio millón de pesos, el seleccionador se encontró… ¡a sí mismo! Caso que ni Kafka o Ripley se lo hubieran imaginado. Buscó, rebuscó. Carreras formales, curriculares, hojas de servicios. Se vio en un espejo aunque la imagen se proyecte al revés y exclamó: ¡Aquí está! Era él mismo. Un suceso como este no se le habría ocurrido al verdadero autor de la obra: “Gutierritos”, doctor Camilo Aranda Vega.

Pero el hecho, irrefutable, es que el personaje, Secretario Ejecutivo allí está. Con un equipo de colaboradores, no sabemos si con títulos, experiencia o neófitos; pero cobran, de ninguna manera salario mínimo.

Es casi imposible conocer actividades de este funcionario de cuello más que duro. Le encargan tareas con resultados casi para la eternidad, como la del transporte urbano, que ni el ex colombiano desentraña.

¿A quién y cuándo informa el City Manager? Solamente él y su gran jefe lo saben; bueno, apoco algunos regidores; pero no el pueblo, que es el que paga.

Esa realidad es una especie de bomba política al tiempo. Cuando llegue un candidato, no del albiazul, que se comprometa a quitar de la nómina esas erogaciones, seguro que cosechará votos y más si promete sanear SAPAL y hacer un panteón municipal en Las Joyas, va a recoger  papeletas a su favor. No nos olvidemos cómo le arrebató el triunfo Bárbara a Miguel Ángel Salim, que según se ve ya bebe agua de Celis.

Pero esa es, como dijo la viejita, otra historia.

Lo actual y que viene al caso es ahora que se presentó la crisis que padecemos, el Gobierno del Municipio no ha podido poner orden y menos concierto ni con los informales, limpiadores de carros, menos con los pepenadores.

No saben cuántos son, tampoco los giros que atienden. ¿Cómo ayudarles sin padrón preciso? ¿De qué manera obligarlos a recluirse en sus domicilios para evitar que crezca la curva del Covid 19?

Hay exhortos y hasta presiones con sectores que venden en la vía pública alimentos; pero la respuesta ha sido, en no pocos casos, áspera. El informal concluye con un “Háganle como quieran”. Y no se mueve, ni se va a recluir a su casa, pese a que le ofrezcan una ayuda monetaria.

Si el Secretario Ejecutivo ya está con su equipo, ni digo que ganando sino actuando, apoco convendría que lo aplicaran a levantar la estadística que no existe de informales y a explicar, convencer, pero sin amenazas, para que la gente que va al día con sus ingresos, se recluya con su familia; pero que se sustente por esos días con auxilio económico municipal, mientras pasa la crisis.

Los sabios de gabinete replicarán que para eso están los funcionarios de Mercados y Reglamentos.

Sí, claro que en el organigrama de las dependencias aparecen sus funciones e igualmente los titulares tienen nombres y apellidos; pero lo lamentable es que los de los tianguis, tiraderos o mercados ocasionales no les hacen caso, porque nunca los han visto como autoridades.

Un día les sacan la vuelta, otro se recogen un ratito y a veces los convencen de que permitan ese tiradero por unas horas.

Hay zonas que con inversión millonaria fueron rehabilitadas, para que lucieran, se vieran bonitas. Sin embargo llegó el tianguis de puro viejo y robado, para sentar plaza. ¿Quién los mueve o siquiera los ordena? Nadie porque la tolerancia tiene el otro rostro que se llama complicidad.

Si sale alguien a reclamarme por lo que afirmo y se va al fondo para decirme que demuestre a quién y con cuánto le “untan” la mano, simplemente responderé que: “Hay muertos que no hacen ruido y son más grandes sus penas”.

Perder la autoridad o no ejercerla es más grave, mucho más, que recibir diminuto o gran soborno.

Si el City Manager pusiera mínimamente orden en esos casos ya nos daríamos los leoneses por bien servidos.

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