Normalmente no utilizo referencias autobiográficas al escribir un editorial. Resulta chocante.

Pero en esta ocasión lo haré, porque tomaré como ejemplo la experiencia personal que tuve en una área de la administración pública federal, que seguramente, desarrollará en los próximos meses, funciones delicadas y trascendentales por la pandemia que nos amenaza.

Durante mi desempeño como Procurador Federal del Consumidor, me tocó enfrentar diversos casos de emergencia por desastres naturales. Tanto en la península de Yucatán como en Chiapas, las cosas se pusieron feas. 

Un brutal huracán, el Wilma, devastó gran parte de la costa de Quintana Roo en 2005, mientras que el Stan, durante 2006, generó torrentes y deslaves sobre la costa chiapaneca, en la zona del Soconusco, incomunicando toda la región por la caída de puentes en diversos tramos carreteros.

Estos fenómenos naturales encendían las alertas del Gobierno Federal para prever la contingencia y adelantar acciones de mitigación.

La Profeco, por ejemplo, envió inspectores a la zona de impacto de los huracanes, antes de la llegada del fenómeno. 

Su función era evitar el acaparamiento y la carestía, porque cuando se desataba la demanda por agua y artículos de primera necesidad, los precios empezaban a incrementarse en forma abrupta.

La emergencia provocada por Stan fue muy crítica, por el aislamiento en que quedó Tapachula y sus alrededores, sin posibilidades de recibir ayuda y abastecimiento. 

Los primeros aviones militares aterrizaron, sorteando todavía, peligrosos vientos huracanados, cargados con despensas, pero insuficientes para paliar el hambre de los habitantes de la zona. 

El presidente Fox y parte de su gabinete involucrado en la emergencia llegamos en el TP-01, apenas unas horas después de pasado el meteoro. Para eso, entre otras cosas, sirven los transportes aéreos oficiales. Tomen nota.

La preocupación comenzó a crecer por las condiciones desastrosas en que encontramos la zona. 

El Presidente me pidió que me comunicara con la Asociación de Tiendas Departamentales y de Autoservicio (ANTAD) para verificar las condiciones de abasto de los supermercados de Tapachula. 

La respuesta de Vicente Yáñez, el histórico y eficiente director de la ANTAD, fue contundente: “No escasearán los víveres, las cadenas están dispuestas, de ser necesario, a volar su mercancía. El abasto lo garantizamos”. 

Y no faltó efectivamente comida y productos de primera necesidad. La emergencia amainó cuando el barco de la Marina, El Usumacinta, pudo atracar en Puerto Chiapas con toneladas de alimentos.

Siempre, en cada evento crítico, la ANTAD ha respondido sin condición alguna en circunstancias adversas, ayudando a contener la especulación y la alza inmoderada de precios.

“Somos el departamento de compras de las familias mexicanas”, me aclaraba Yáñez en alguna ocasión. Y efectivamente, la red de supermercados y tiendas ha operado con eficiencia, evitando el pánico en los momentos más obscuros de duros trances.

Hoy el mundo enfrenta un reto descomunal. La pandemia produce afectaciones en todas direcciones. Una de ellas es la logística y el abasto.

La odiada y vilipendiada por el actual régimen, empresa privada, jugará un importantísimo papel en estos momentos, al convertirse en la principal vía de abasto de las familias mexicanas. 

Imaginen ustedes el problema que se generaría en el caso de que su supermercado estuviera desabastecido. Pasaríamos a una dimensión diferente del problema.

Sin embargo, el Gobierno puede acrecentar la complicación, en lugar de resolverla. No extrañaría que, desde el miope castrismo ideológico, que manifiesta con mayor virulencia en cada determinación que se toma últimamente, se decida implantar control de precios, sobre todo para productos como maíz, frijol y arroz. 

Una medida así, solo provocaría desabasto automático y la generación de un mercado negro de productos, que seguramente quedaría en manos de la delincuencia organizada. 

Más vale que las autoridades eviten esa tentación porque ante las inéditas circunstancias que vivimos, seguro que varios tipos de mercancías, con referentes internacionales de precio, se incrementarán sin remedio. No hay forma de evitarlo.

Y es que una cosa es gobernar y otra administrar. La política es la encargada de dirigir la nave, en este caso, la voluntad del Presidente; pero la administración pública es la encargada de operar las funciones otorgadas por ley al ejecutivo. 

El actual Presidente, al expulsar violentamente a la mayoría de mandos superiores y medios de la administración pública federal, eliminó de tajo las capacidades de operación de su gobierno. Se dio un tiro en el pie.

Hoy la Federación está postrada, perdió a sus mejores ejecutores: directores generales, adjuntos y subdirectores. Reconstruir ese tejido, llevará muchos años.

Con criterios ideológicos estúpidos en solo 12 meses demolieron las estructuras con las aptitudes necesarias para avalar un buen desempeño administrativo.

En mi largo trayecto por la administración pública local, estatal y federal, puedo asegurar que no hay mayor reto que conducir la organización Federal. 

Se requiere experiencia y conocimientos técnicos acreditados -véanlo en el caso de salud- que solo se aprenden estando en áreas específicas de la administración, como en los sectores energético, de transporte, comunicaciones, comercio exterior, puertos y aeropuertos, regulación sanitaria; solo por dar algunos ejemplos. Pero cual modernos Atila, todo lo destruyeron.

Hoy, el pueblo de México será quién padezca la atrabiliaria e irresponsable decisión de descabezar a los funcionarios mejor preparados del gobierno; si había corrupción, habría que haber tomado medidas draconianas en contra de ellos, sin necesidad de prescindir de todos.

Ahora estamos inmersos en un problema, que pagaremos con vidas, no solo con pérdidas económicas.

Habrá que cuidarse de no utilizar un esquemas de control de precios, mal concebido y peor ejecutado por novatos ideologizados, que no conocen la sofisticada y delicada operación de las cadenas de abasto. 

Pueden provocar un drama por ignorantes, echando gasolina al fuego. Ya lo han hecho en otras áreas, pero en este momento, sería desastroso.

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