Entre el miedo y el asombro, entre la duda y la condena, entre la catástrofe y la benevolencia vivimos y morimos. Nuestra visión de la vida nos impone reglas, la primera es creer que podemos vivir como si nunca fuéramos a morir. Pero como no hay plazo que no se cumpla, cuando este llega deseamos sino prolongar la que se acaba, si volver a tener otra. Humanos al fin, mortales y perecederos, todos y en todos lados, hemos creado sistemas de pensamiento que nos llevan a creer que si existe esta vida existe también un renacimiento. Pero hoy, los vivos se mueren de miedo, sin una resurrección a la vista.
Sí algo hizo el Covid 19 fue llegar a la medula del miedo, hasta transformarlo en paranoia. En un mundo globalizado como este, el miedo hoy tiene un precio: en las primeras dos semanas, el coste de la pandemia para evitar y frenar el contagio del coronavirus, para la economía mundial oscilaba entre los 1,8 y 3,8 billones de euros en función de la duración de las medidas de confinamiento, y de las restricciones a los viajes y el turismo.
El miedo a la muerte es el foco de atención de esta peste. Nuestra mirada está puesta en la fatalidad, en la perplejidad, pero no en la vida, entendida esta como en las acciones que nos permitirán impedir que la segunda incertidumbre, llegue: la muerte por hambre. Y lo señalo como parte de esos trucos mentales que nos atrapan. Porque los datos duros están ahí: el COVID-19 podría afectar a la economía mundial de tres maneras principales: afectando directamente a la producción, creando trastornos en la cadena de suministro y en el mercado, y por su impacto financiero en las empresas y los mercados financieros. En cuatro palabras: empleo, dinero, alimentos y salud.
¿Qué estamos haciendo para impedir llegar a un estado donde no haya empleo, dinero, alimentos y salud? Debo decirle, que nada. Estamos metidos en la fatalidad y el azar, deseando que en primer lugar no seamos contagiados, y que al salir a ver el sol nuevamente, la suerte azar- sea benigna con nosotros, aunque no lo sea con los otros. Nadamos en una esfera de cristal días y noches. El miedo, nos tiene atrapados.
Sabemos que las probabilidades de contagio, según la OMS, es que cada persona infectada, puede a su vez infectar a entre 2 y 3 personas, aunque se ha visto que pueden haber “supercontagiadores”, capaces de contagiar hasta a 16 personas. Y las probabilidades estadísticas, de que los contagiados mueran, son entre un 2% y 4%. Las matemáticas deberían ser un termómetro para nuestro miedo.
Desde luego, nuestro temor a la muerte, parece ser la única fórmula para salvarnos de ella. La reclusión, según el protocolo, es la fórmula idónea para estar a salvo, de tal manera que, si usted ha mantenido la reclusión en tiempo suficiente para que aflorará y no lo hizo el Covid 19, y si además ha estado ajeno al probable contagio, sin lugar a dudas es una persona sana. Y claro, con todas las capacidades para levantar la huelga de cerebro y manos caídas. Cientos de millones de personas sanas, están enfermándose de miedo, generando estados de depresión, ansiedad, angustia, y algunos muy vulnerables, tienen más cerca la idea del suicidio.
De acuerdo a la OMS, más de 800 000 personas se suicidan cada año, lo que representa una muerte cada 40 segundos. El suicidio es la segunda causa principal de defunción en el grupo etario de 15 a 29 años. El neurocientífico David Eagleman, del Baylor College de Medicina, apunta que, “cuando recibimos información amenazante, la amígdala se vuelve hipervigilante y merma nuestra capacidad de ponderar los datos recibidos”. Y señala que, “los medios de comunicación son fundamentales a la hora de forjar miedos colectivos sin fundamento. Estadísticamente, -la mayoría- emiten más noticias negativas que positivas, convirtiendo el mundo en un lugar lleno de peligros”.
Razono entorno a la situación de cientos de millones de personas saludables, que hoy recluidas no atinan a generar nuevas propuestas, innovaciones, narrativas que replanteen el futuro porque están estancadas en el miedo a la muerte. Mi querido Seneca dice: “No sé cómo es que los males vanos son los que más nos espantan. Porque los verdaderos tienen sus límites; lo que viene de lo incierto se entrega a la conjetura y a la licencia del alma asustada”. Le puedo asegurar, que no hay una muerte cada 40 segundos por el Covid 19, como en el suicidio.
El pánico en Estados Unidos después del 11 de septiembre, generó caculos interesantes: «la probabilidad de que un norteamericano muera por un atentado terrorista en un año dado, es aproximadamente de uno entre cinco millones. Tiene 575 veces más probabilidades de suicidarse». Dice Steven D. Levitt y Stephen Dubner en Superfreakonomics. Las probabilidades que usted muera por alguna otra enfermedad, son mayores que por el coronavirus.
Nunca el mundo, y me refiero otra vez a decenas de millones de personas saludables recluidas, tuvieron tanto tiempo vivo dejándolo morir, en vez de utilizarlo para replantearse las relaciones sociales y las experiencias del pasado para encontrar respuestas al saldo negro que viene. El mundo se detuvo, el miedo mortal se instaló en la estancia principal de la casa, y afuera las manecillas impacientes del reloj marcan la hora de comenzar de cero, cuando podíamos empezar a cambiar ahora.
Revolcadero.
Bachoco, insensiblemente responsable. Durante decenas de años ha contaminado el ambiente, con malos olores inunda la ciudad, y ahora que los celayenses le piden retribuir socialmente los beneficios mal obtenidos, guarda con celo sus vísceras y solo le vemos su pico de gallo.