México se ha caracterizado por la mezquindad de su clase política. La corrupción rampante que acosa a los diversos gobiernos, solo presenta algunas honrosas excepciones, así lo certifica nuestra obscura realidad. La generalidad es la formación de una casta depredadora de los presupuestos públicos, decidida a medrar indefinidamente de esos fondos y del ejercicio del poder. No paran ni se arrepienten, al contrario, redoblan sus esfuerzos para continuar dañando al prójimo.

Y no es fácil encontrar el motivo de tan lacerantes conductas antisociales. Porque la realidad es que este nefasto clan se reproduce constantemente. Tendríamos que ir a la sociología de la familia para desenterrar las claves íntimas que generaron en ellos, la adopción de pautas personales de completo desprecio por el prójimo, sus necesidades e intereses. ¿Se imaginan la convivencia familiar con un corrupto público? ¿Cómo saludan a sus hijos o a sus esposos? ¿Cómo socializan con sus padres o parientes? ¿Los recriminan o los tratan con normalidad, fingiendo no conocer su detestable conducta pública? ¿O todos, dentro de la generosa familia, están de acuerdo con la sentencia que consigna: el que no tranza no avanza? Todo puede ser posible.

Pero lo que resulta intolerable es la gandalléz de políticos que en plena  contingencia de salud, en los instantes más críticos, deciden desplegar su imaginación para llevar a cabo actos de clientelización a los grupos sociales más ignorantes, vulnerables y necesitados. 

Van por ellos, por su credencial de elector, por inscribirlos en la lista de deudores políticos del funcionario, por mapearlos con GPS, para estar seguros que en esa colonia o comunidad se benefició a ciudadanos ,y se les cobrará la pinche cajita que contiene aceite, arroz, frijol y galletas de animalitos, en la próxima elección. Deplorable.

¿No les indigna? Porque detrás de la acción, aparentemente bondadosa y sentida de los politicastros, está siempre la mala vibra, su ambición por conservar el poder a cualquier precio. No hay momentos de verdadera apertura a la caridad o compasión. No hay camino transitable para ellos, que recale en una conducta virtuosa. Son tremendos.

Y así lo constatamos por las redes sociales. Rápidamente un diputado federal empezó a regalar bolsitas de gel antibacterial, ostentando su nombre, por supuesto. Otro representante contrató a dos individuos, disfrazados con trajes antivirales, subidos en una camioneta con un aspersor y un altoparlante, anunciando que estaba desinfectando la ciudad arrojando míseros chisguetitos de algún líquido. En otro lugar, bajo la mirada atónita de la ciudadanía, barones urbanos y funcionarios se ponían de acuerdo para intentar comprar, a precio de descuento, una área pública, bajo el pretexto de recabar fondos para programas asistenciales necesarios para la emergencia. Les digo&

Mi ciudad no canta mal rancheras. Faltaba más. Nuestro folclórico y torpe alcalde, apoyado por sus cómplices del ayuntamiento (Un síndico, y siete regidores) decidió donar dos meses de su sueldo, solo para encubrir el reparto institucional de despensas, con su nombre destacado en letras azules, bien bonito, en las comunidades rurales más redituables electoralmente hablando. Ha anunciado también, que pronto, una vez más, volverá a repartir chafa-zapatos. La mezquindad queda otra vez al desnudo. No se da pie a ninguna posibilidad para verificar un acto de nobleza, que dignifique su calidad de conductor de los destinos de su comunidad. Cualquier estrategia debe de ser planeada y ejecutada para lograr réditos electorales. Lo significativo es continuar usufructuando el poder en beneficio propio; al prójimo que se lo lleve el diablo.

Luego de tanta trapacería, es increíble como el partido Acción Nacional brilla por su ausencia. Ni un pial les tira a los guanajuatenses de la capital que vivimos acosados por un alcalde ruin, que solo piensa en sobre precios para pactar obra pública o tareas que le reditúen beneficios políticos. Constatamos así la hipótesis que consigna la degradación del PAN, en un conjunto de franquicias cedidas al mejor postor, en cada localidad. La de Guanajuato la adquirió Alejandro Navarro. Don Manuel Gómez Morín debe de estremecerse en su tumba. Muy triste y decepcionante para quienes luchamos por la implantación de un régimen plenamente democrático y un gobierno honesto.

No se diga más, nuestra clase política no entiende. Las necesarias mascarillas, están convertidas en la piedra de toque de la pandemia. Por conocidos muy cercanos, nos hemos enterado de las trácalas de políticos, en contubernio con comercializadoras, que se alistan a vender millones de cubrebocas aumentando tres veces su precio. La nueva burocracia dorada, entronizada por su pastor mañanero, ni de lejos ha combatido el cáncer de la corrupción, cuyas metástasis se han diseminado por todo el nuevo gobierno.

Pues esta es nuestra realidad. Hay que asumirla, y por ello, redoblar nuestros esfuerzos para combatir no solo a la corrupción como fenómeno social, sino a los malos funcionarios que la ejercitan día a día. En Guanajuato Capital no hay que parar hasta destronar a los malos munícipes de sus cargos. Junto con Navarro,  están sus secuaces incondicionales que lo apoyan en el ayuntamiento, y por desgracia, varios ostentan credencial del PAN. Ellos también están manchados por la corrupción y la deshonra. Sépanlo, en la cañada todo se sabe.
 

DA

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