La pandemia y su consecuente cuarentena ha golpeado a todos, sin duda alguna; pero hay familias sufriendo por la carencia de recursos económicos y en consecuencia de alimento.

Un padre y una madre de familia que, de pronto, sin que se lo esperaran, ya no pueden recibir dinero de su trabajo o porque se les terminó el empleo si no es que la informalidad en que estaban-venta de tacos al vapor, tamales, sopes- se extinguió; esos seres humanos, con sus familias se tienen que encerrar, para cuidarse del microbio pero van a padecer hambre.

Es muy claro suponer que no tienen una despensa que les ayude a pasarla por treinta o hasta sesenta días.

Ponernos en esa realidad, pero en serio, sacude nuestra conciencia social. Por más palurdos o indiferentes que creamos ser.

Pero, entendámoslo bien: no son cientos sino miles de familias en la inopia.

Hay programas de auxilio por parte de los respectivos gobiernos, es verdad. Sin menospreciar esa ayudas hemos de decir que resultan insuficientes.

Por ello viene a ser un gesto admirable que haya grupos de, en este caso leoneses, dispuestos a organizarse a efecto de llevar un poco de alimento a los que lo reclaman.

No voy a mencionar a las personas cercanas a mis afectos y lazos familiares, que se han aplicado a brindar auxilio pronto y oportuno. Eso, que es nobleza manifiesta, ha aflorado prontamente y es de esperar que sirva para que nadie se quede sin lo elemental.

En este rango de generosidad está el Comité de Colonos del Barrio del Coecillo.

Grupo de muchachos y muchachas diligentes, creativos, sin límites ni de tiempo y menos de bondad han rehabilitado ese tipo de labor promoviendo eventos, ayudando a los rezagados socialmente.

Hoy, ese Comité, sin bombo o sea sin presumir, se ha lanzado a concentrar víveres, para darles despensas a quienes, por la pandemia y el encierro, no tienen qué comer.

En el Coecillo, con esta acción y la calidad moral de los organizadores, nadie se va a morir de hambre.

Por lo pronto ya establecieron dos centros de acopio: La Papelería El Cuentito y la Farmacia D’ ASIS.

Allí comenzaron a llegar productos no perecederos.

Recordando a la Madre Teresa de Calcuta, hoy ya en los altares, que decía: “hay que dar hasta que duela”, en ese misterio de la bondad, ya comenzaron a llegar productos.

No es sencillo,pero se puede.

Quienes por la necesidad de comprar alimento para sus familias van a las tiendas, al mercado, con todas las precauciones de higiene y cuidado, se llevan lo propio.

En lo que adquieren agregan, ¿qué les digo?, un kilo de arroz, de frijol o botella de aceite. Una poca de azúcar, de sal, pan de caja, leche, piloncillo para preparar unas “sopas de gato”. Por cierto, ¿sabe cómo se elaboran?. Es una receta cien por ciento coecillense: piloncillo, leche, tortillas, canela.

Pone a calentar la leche en la que disolvió previamente el piloncillo. Corta tortillas en trozos, no muy pequeños y las coloca en la olla, -de barro es mejor- a punto de hervor. Menearle suavemente para que no se desbarate el producto.

Servir y degustar calientito. Lleva propiedades nutricionales o sea que no es solamente para engañar al estómago.

Las despensas se repartirán a las familias que realmente lo necesitan. Los muchachos de colonos las conocen.

Hay que evitar que quien tenga para sostenerse en esa crisis, abuse. Que no ocurra igualito a lo que pasó en cierta ocasión en un municipio de Veracruz llamado Yanga.

En el Palacio Municipal, por emergencia, se repartieron determinadas ayudas económicas, lógico que para la gente que más lo merecía y requería. Pues allí, en la fila, estaba formada la mujer más rica del pueblo. Era prestamista y siempre presumía collares, cadenas, anillos de oro.

Cuando alguien le dijo con ironía: “Doña Fulana, pero ¿usted aquí?”.

Con un gran desparpajo respondió: “Claro, si no ¿ con qué les voy a seguir prestando?“.

Eso, en el Coecillo no va a ocurrir, primero porque el Comité de Colonos, tiene bien ubicada a la gente que requiere ayuda y en seguida son muchachos y muchachas  que lo que hacen, lo hacen no bien, sino muy bien

Qué bueno que en tiempos de crisis aflore la bondad.

Una recomendación más, en tiempo de crisis:

No empeñen sus cosas. Es fácil acudir a esos que se consideran empresas de auxilio en una emergencia pero en ocasiones sale más caro el caldo que las albóndigas.

¿Por qué se lo digo?.

El Nacional Monte de Piedad, conocido como Montepío fue fundado por un personaje de la nobleza española para auxiliar  a los pobres.

Esa institución que hace préstamos prendarios o sea que recibe alhajas, autos y demás, cobra el cuatro por ciento de interés, al mes o sea que al año le tiene usted que entregar ¡cuarenta y ocho por ciento!. Casi la mitad del valor real

Una vez que, articulista yo de El Universal, entrevisté en el entonces D.F. a quien era el responsable de esa institución y le señalé lo oneroso de los intereses,  me dijo campanudamente: “Se tiene que entender que nosotros no obligamos a nadie a que empeñe sus objetos. Además requerimos fuertes sumas que derivamos a otras instituciones sociales.

Concluimos en que los pobres ayudan a los pobres.

Y cuidado con los préstamos de emergencia, aunque vengan del Gobierno, Hay que vigilar los montos, intereses y pagos.

Un personaje que había dicho que al papá, (en ese caso al Gobernador), “no se le piden cuentas”, a propósito de aclarar ciertas  erogaciones, pues ese elemento oficial, que había sido diputado, nos convocó a los farmacéuticos para auxiliarnos con algún préstamo monetario del gobierno.

Nos dio los montos. Sacamos bolitas y palitos. De entrada había que descontar una piscacha como seguro. Luego intereses adelantados y ¡a cubrir tanto más cuanto mensual lo que equivalía casi al doble del monto!.

Le demostramos que cualquier banco resultaba muy por debajo de esos cobros o sea menos oneroso.

Tuvimos que decirle “gracias” por el desayuno, que por cierto él, de la cartera oficial seguro, lo pagó. Y tan tan.

Por eso insisto en que mucho ojo matemático con los préstamos.
 

DA

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