Si anda deprimido, le aconsejo cortar esta lectura y buscar noticias de deportes o de refugiarse en alguna serie de su interés en Netflix o Prime. Absténgase de leernos, no le conviene.

Ya en confianza con aquellos que, incitados por el morbo, han decidido mantener sus ojos sobre estas líneas, comencemos a desgranar la serie de sucesos que constituyen una de las correlaciones más nefastas que pudiéramos haber pensado en combinar.

Todo comenzó con el triunfo electoral en 2012, de un proyecto urdido entre el PRI y una televisora para hacer presidente de la República a un personaje inmoral y corrupto, dispuesto a pagar con contratos y privilegios, los apoyos, entre otros la asignación de una esposa popular y famosa, que se le fueron otorgando para su campaña. Rodeado un grupo de atlacomulcas, una tribu agresivamente depredadora de las arcas del Estado de México, elevaron al gobierno nacional, el saqueo rutinario de los presupuestos públicos. Sus acciones, convenidas con los principales partidos de oposición, los cuales fueron comprados a través de canonjías presupuestarias para sus diputados (moches) a través del ramo 23, acabaron con el sistema de partidos, en donde la oposición desempeñaba un relevante papel, desmantelando así nuestra democracia. La liquidaron. Si hoy nos preguntamos por qué no hay una oposición militante, organizada y crítica, la respuesta  se encuentra en la conformación de una partidocracia  bandolera y pilla.

Producto del hartazgo, en 2018 accedió a la titularidad del ejecutivo federal un personaje singular. Un político resentido, muy violento y vengativo, carente de talentos para desempeñar ese cargo. Siendo un opositor tesonudo, su radicalización, frustrado por haber perdido las elecciones presidenciales de 2006, lo convirtió en un resentido enfermizo, digno de ser tratado por algún especialista. Así, desde el inicio de su gestión, decidió descabezar a todos los funcionarios de los primeros niveles del gobierno federal, limitando inexplicablemente la capacidad de planeación y ejecución de su gobierno. Hoy en la federación no atinan como hacer las cosas, ni cómo cumplir sus funciones.

El problema no quedó ahí. Bajo el presagio de que el sexenio arrancaba mal, la demolición sistemática sobre el aparato administrativo se extendió a áreas muy delicadas de la operación gubernamental. Destaco el ataque constante y artero a todas las instituciones ligadas a la ciencia, a la tecnología y la innovación, así como a la educación superior financiada desde el Estado. Pero llamo la atención, especialmente, en el debilitamiento de los  servicios de salud, recortando de manera irresponsable personal y equipamiento de hospitales, así como suministro de medicamentos. Pronto los niños con cáncer se quedaron sin recibir quimioterapias, ante la atónita mirada de los médicos tratantes, mientras el presidente acusaba a las farmacéuticas de corrupción, como si no se pudiese resolver el problema con una investigación, seria y profunda, sin necesidad de poner la vida de los infantes en peligro. Frente a desatinos de esa magnitud, cualquier gobierno hubiera sido derrocado de manera fulminante, en un país avanzado.

Y en esas estábamos, asediados también  por la delincuencia, que cuenta los muertos por miles, y sin verle fin a ese problema; cuando empiezan a presentarse señales de emergencia mundial por la epidemia que se estaba originando en China. La primer reacción oficial fue demeritar la situación, frenando la implantación temprana de medidas preventivas, para evitar entrar a un estado de crisis. La insensatez del propio presidente, se evidenció: continuó viajando y congregando muchedumbres imprudentemente, alegando que todos podríamos abrazarnos y besarnos sin mayor problema.

De pronto, comenzaron a aparecer imágenes terribles, en la televisión de Italia y España, en donde la pandemia se salió de control. Poco a poco, quedaba claro que llegaríamos a la situación de tener que parar actividades laborales y empresariales, luego de un pésimo desempeño económico, provocado por las malas decisiones de López Obrador. La situación  empezó a agravarse.

Y henos aquí, ensimismados en nuestros pensamientos, inmersos en nuestro aislamiento y alarmados por los problemas de salud, y con una negativa perspectiva de recuperación económica, cuando& aparece de forma repentina en nuestro reborujado horizonte, el tsunami petrolero.

Convencidos de que la vida moderna se resuelve en rededor de un barril de petróleo o de galones de gasolinas, el presidente y su secretaria de Energía, apostaron en un juego que desconocen y salieron trasquilados. Con su pésima decisión de bloquear un acuerdo estratégico de la OPEP, se exhibieron como auténticos chiflados, desconocedores del mundo del petróleo y los energéticos.

Ahora, las dramáticas condiciones impuestas por los saudíes, poseedores del crudo más barato, de los centros estratégicos de distribución (Libia) y de la mayor capacidad de transporte marítimo (rentaron hace tiempo casi todos los buques tanque disponibles), aniquilaron en una noche nuestras exportaciones, mientras PEMEX (la empresa petrolera más endeudada del mundo), pierde en cada barril que produce, porque el precio no alcanza a cubrir los costos de extracción. No obstante lo anterior Andrés Manuel insiste: la nueva refinería de Dos Bocas, va.

Y entre tanto, las empresas familiares, pequeñas y medianas empiezan a cerrar, perdiendo empleos por miles, en la fase 3 de la pandemia, justo durante el peor momento, cuando el proceso de infestación está a la alza. Sin embargo, López Obrador exultante desde su conferencia mañanera, se niega a presentar programas de apoyo a los empresarios, mientras afirma que nuestro país está preparado para enfrentar la emergencia sanitaria. Ahora viene lo peor.

El Presidente de México parece no entender mucho de números y estadísticas. Su subsecretario de Salud le ha ayudado a maquillar y subestimar las  cifras de contagio, para hacer parecer que todo está bajo control. Pero existe un hecho indubitable, la muerte. Llevar bien esa contabilidad aclara la mortandad de la peste que sufrimos. Ayer ya eran más de 1000 muertos y los hospitales de la Ciudad de México empezaron a saturarse rápidamente. ¿Ya echaron cuentas sobre el desarrollo del índice de mortalidad?

Deseando que esta pesadilla no se haga realidad, los especialistas nos han indicado que una vez desatada la epidemia, los casos se multiplican exponencialmente. Bajo este criterio, predicen los estadísticos,  tomando como base los datos oficiales de muertos,  en 27 días llegaremos a 63,000 decesos, pero en solo diez jornadas más acumularemos 250,000, para completar dentro de mes y medio ¡un millón de muertos! ¿Entenderá el significado de estas proyecciones el presidente? Nuestro mandatario no domina las cifras, se confunde  y enreda constantemente, quizás no le dé el cacumen para dimensionar el peligro que nos acosa.  Nuestro peor escenario está por realizarse. Hasta ahora todo va mal,  el presidente empuja al país al voladero.

DA

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