Suelo usar la palabra te quiero, desde una percepción muy personal. Es una declaración de afecto, de cariño surgida por la conducta de la persona que tengo enfrente. No tiene una motivación que implique una alusión a una relación de otro tipo. La uso para dirigirme a personas de ambos sexos, familiares o amigos. Desde luego, el contexto en otra dimensión personal, de pareja por ejemplo, se enriquece desde mi punto de vista- por otras razones, que valoro.

 A veces la gente se pregunta ¿por qué me dice te quiero? Realmente cuando lo digo, lo refiero por las acciones, o la conducta asumida en un momento dado, en favor de algo que a mí me parece rescatable, y que debe ser destacado con una frase de esa naturaleza. Por eso, puedo dejar de querer a una persona si sus valores o acciones ya no las comparto.

Intrigado por el rictus de mis semejantes al escuchar esa desconcertante palabra, me obligo a explicar su significado, y claro, para que no se asusten. Se los comparto porque he decidido dejar de usarla, ya que de cierto le genera muchas confusiones. En esta época donde el contagio del desafecto y la frivolidad es letal, las razones que advierto para dejar de usar ese latinismo, es que será un arcaísmo postvirus que resultará tan hueco como el corazón del caballo de Troya disculpe la hipérbole ofuscada-.

Los enterados del uso correcto, y del mal uso de la lengua yo soy de los últimos, e incorregible-, señalan que la palabra “querer”, proviene del latín “quaerere”, y originalmente se usaba para señalar un acto sutil de posesión: desear, tener, buscar.

En el Diccionario de la Real Academia Española, la susodicha e invocada palabra, Querer, es: desear o apetecer. Respire con calma, aun este manifiesto del dilema afectivo no ha llegado a su fin. Todavía puede querer por un par de minutos a quien se le antoje antojar, otra palabra áspera en el lenguaje coloquial-. 

Hablando del uso coloquial, el invocado verbo querer, lo usamos como trapo de cocina, es decir para todo, por ejemplo: quiero un café, quiero un perro, quiero un collar de perlas, quiero a mi chica, quiero a mi iglesia, te quiero Celaya, en fin, cualquier acto u intento de posesión, y afectivo, lo balbuceamos a través de esa palabra. Y claro, si no es el verbo mas socorrido para comunicarnos, si es el mas nombrado para confundirnos o meternos en problemas.

No se desespere, hemos llegado a la mitad de la mandarina en el uso y abuso de las palabras para expresar nuestras rudezas afectivas y electivas. La palabra “amar” (del latín amãre) dicen los enterados, se refiere a la entrega absoluta y el sacrificio. No hay otra palabra que nos humanice, como ésta. Bueno, decirla no significa que sea una materialización en nuestros haberes culturales, porque entre el lecho y el hecho, desde el punto de vista de la física cuántica puede haber un agujero de gusano, un hoyo negro, o una simple mentira disimulada por la biología.

Sin lugar a dudas, la excelentísima RAE nos remite al cajón de nuestras experiencias verbales. Y señala, amar es: tener cariño, voluntad o inclinación a alguien o algo. Y para que no quede duda de la levadura de la palabra, se define, como “tener amor a alguien o algo”.  Y ya enterados, debo decirle entonces que la palabra, amor, de la cual deriva la aludida, significa: sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. La conjugación verbal en estos tiempos del virus, es complicada, casi imposible porque la primera persona del plural es omnipresente: ellos aman, y le pregunta shakesperiana, sería ¿yo amo?

La panorden “Quédate en casa”, ¿no será una alusión o invitación enmascarada a buscar amar, y la oportunidad para que los insuficientes de amor, en su encierro involuntario puedan encontrar suficiencia amatoria como la bancaría? Por otro lado, ¿la necesidad de salir corriendo de casa, significará lo contrario? Esta otra pandemia del lenguaje, nos está mordiendo el sentido de humanidad, y en el balance, la palabra, quiero, parece ganar terreno en la insana y mortífera distancia de los afectos amatorios.

Como ya se habrá dado cuenta, estoy confundido hasta la muralla china, entre querer o amar. ¿Quiero, o amo? Afortunadamente, los expertos con apoyo en la RAE, que saben mas de mi corazón que yo, dicen que si bien hay diferencias semánticas, no se deben pasar por alto en ciertas circunstancias. Esto último, es un alivio, y nos da libertad condicional- para hablar sin que se nos, o me caiga la cara de vergüenza.

Es decir, de acuerdo al origen de las palabras, es como se puede establecer las diferencias. Mientras que la palabra “querer” está impregnada de la idea de posesión, no se refiere en sentido estricto a las personas; la palabra “amar”, sí se refiere en sentido específico a personas y a sentimientos nobles hacia ellas. Por eso, el uso cultural y cotidiano de la palabra “querer” puede dirigirse a las personas y cosas; la palabra amar, solo tiene como destino el corazón, maltrecho, herido, robusto, sonriente, melancólico, airado de los homo poco erectus y menos sapiens que viven en la pandemia.

Como usted verá, si alcanzó a llegar a estas últimas líneas, y si quedó menos confundido que yo, le confesaré: mi sinceridad, mi percepción y mi actitud de demostración de afecto, creo que no han funcionado. Volveré a ese noble y gracioso por la gracia- apretón de manos, y a esconder la mirada para que no vean adentro de mí, porque al final dicen que los ojos son el espejo del alma. Y por estos lados veo puros desalmados, a punto de salir corriendo, a terminar con lo que queda del planeta.

Revolcadero.

El virus de la grilla recorre los pasillos de la presidencia municipal, es tan letal como el covid19, hay muertos que no hacen ruido…

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