En tanto vamos descubriendo la verdad en cuanto a las condiciones de nuestro país, especialmente durante estas pandémicas fechas, constatamos que en varios lugares ya no hay servicios de salud para urgencias y que los servicios de emergencia están limitados. La Cruz Roja Mexicana, que vive de la caridad pública (increíble que no sea un servicio público obligatorio), no ha podido hacer su colecta anual y pronto empezarán a faltarle recursos. México adolece de servicios de urgencia y emergencia. Los avances paulatinos de la Secretaría de Salud, los demolió el actual presidente en unos cuantos meses. No hay.
Un día nos despertamos y descubrimos también que nuestro país no cuenta con maestros de vocación y cuya profesión sea atesorada por la sociedad y el mercado laboral. Salvo algunos cuantos miles de estoicos mentores, perdidos entre una masa de grupos de choque y militantes de un sindicalismo destructivo y voraz, tampoco tenemos docentes. No hay.
Otro día nos hemos encontrado con que la seguridad y paz pública, son una aspiración perdida en un mar de acuerdos obscuros y renuncias a la acción policiaca. A nivel local, nuestros ediles han sido incapaces de construir, salvo unas cuantas excepciones, cuerpos profesionales, bien armados y capacitados para garantizar la paz comunitaria y evitar la acción de los cárteles a nivel municipal, que aprovechando la emergencia han decidido maquillarse de finísimas y bondadosas organizaciones, repartidoras de despensas. Sospechosamente, las fuerzas del orden siguen pasmadas. Si nos preguntamos por las policías, la respuesta es categórica: no hay.
A partir de la llegada del nuevo gobierno a operar la administración federal, han desaparecido los denominados tecnócratas. Se trataba de los funcionarios encargados de que el gobierno accionara y cumpliera sus funciones ordenadas y reguladas por la ley y reglamentos. Cuando vemos la torpeza y dificultad de la actual administración pública, sus imprecisiones y dislates, buscamos a los encargados de áreas totalmente técnicas como las de Hacienda, Comunicaciones y Energía y no los encontramos por ningún lado. Han sido sustituidos por personal sin pericia ni experiencia alguna. Por lo pronto, tecnócratas, que hagan funcionar bien el gobierno, no hay.
En muchas redes sociales no es extraño encontrar quejas por el pésimo desempeño de los políticos de oposición, incapaces de estructurar una respuesta eficaz en contra del actual gobierno, que evidencia un pésimo desempeño, carente de contrapesos a sus decisiones. Su verdadera obsesión es consolidar una base electoral construida desde sus clientelas sociales, receptoras de dinero público, y condicionadas a votar por Morena, para no perder su exiguo ingreso. Poco a poco se intenta cancelar toda posibilidad de oposición. Y es que para enfrentar a la transformación de cuarta, hay que poseer un atributo que muchos de los actuales políticos, calificados por el propio López Obrador como el PRIAN, no poseen: la honestidad. Más allá de su significado virtuoso, la honestidad soporta la posibilidad de confrontar sin temor a ser apabullado, a un adversario maniqueo. Y por ahora, sobran los dedos de una mano, para contar a los políticos que resulten funcionales, en esta situación, como Juan Carlos Romero Hicks, por ejemplo. Un Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa, Miguel Osorio Chong, Miguel Márquez, Luis Alberto Villarreal, Ricardo Anaya, Jesús Ortega, etc., constituyen una calaña impresentable, incapaz de liderar un proyecto para dotar de esperanza a los mexicanos. Están manchados, irían solo por negocios y a vender caros sus votos. Oposición por ahora, no hay.
Nos queda solo la ciudadanía. Muy poca, articulada y afiliada a grupos organizados. Son estos, sobre quienes recae la única posibilidad de construir una salida a la desgracia en que nos encontramos sumidos. Posiblemente, solo allí encontremos algo. ¿Si hay?
DA