Flota en el aire la animadversión, como el polvo de aquellos lodos, cuando el presidente Luis Echeverría y la clase empresarial se detestaban unos a otros, confrontación que causó tanto daño a México. Fue una etapa negra entre el poder político y el poder económico, que se agudizó a partir del infausto “septiembre negro” del asesinato de don Eugenio Garza Sada. Si fue un crimen de Estado o no lo fue, probablemente nunca se sabrá. 

Pero, lo que sí se puede afirmar fue la fatídica relación de los empresarios con el presidente Luis Echeverría. Éste los llamó “Emisarios del pasado, traidores, vende patrias&” A la vez, los empresarios sacaron su dinero del país, no invirtieron y empezaron a socavar la investidura presidencial, lo acusaban de loco y demagogo.  Los empresarios disentían con él sobre la manera de generar riqueza y abatir la pobreza, algo similar a lo que actualmente sucede& 

El repudio llegó a tal grado que, en el velorio de don Eugenio, el andar pausado del mandatario iba acompasado con sonoras mentadas de madre: “¡Chinga tu madre, Luis Echeverría! ¡Asesino…!” Los gritos eran como bofetadas para Luis Echeverría. Así fue, el desprecio de los empresarios debió calarle hasta la médula, sin importarle la helada ventisca que azotaba su rostro. Actualmente, la atmosfera no es diferente a la de aquellos tiempos. He escuchado a empresarios, muy cristianos, pedir al Altísimo que se lleve pronto al Presidente. 

Son tiempos difíciles; pero, la recesión que amaga a México con llevar el PIB a una caída histórica del 9.5% anual, nunca vista desde la recesión de 1929, la destrucción de las fuentes de trabajo y de los ahorros, no dan cabida a viejos agravios y estigmatizaciones entre unos y otros. Desde la campaña, Andrés Manuel llamó a los empresarios “La mafia del poder“, los etiquetó de corruptos y sentenció que, así como Juárez separó la Iglesia del Estado, él separaría el poder político del poder económico. 

Es inadmisible una izquierda que vive atrapada por fantasmas, perpetua evocadora de agravios. México merece y requiere de un gobierno cuyo quehacer sea tarea de convivencia social, de elaboración y conquista de lo posible, sin renunciar a lo deseable. Un gobierno que se empeñe en cambiar lo inadmisible, pero sin trastocarlo todo&

Pero, antes, habría que preguntarse si la Izquierda mexicana tiene un proyecto político, y si actualmente la palabra izquierda tiene algún sentido. Desde luego, algunos de sus ideales originales, como el ethos de la igualdad, deben de estar presentes, aunque sean utópicos; sin duda, hay que decir que siempre la utopía es rebasada por la realidad: Existe una tendencia en todos los seres humanos, hasta en las religiones, a producir jerarquías y desigualdades, porque no es la igualdad lo que se obtienen con la competencia, sino la superioridad. Inclusive, en los libros sagrados se menciona que, ya antes de la Creación, había diferentes categorías de ángeles, jerarquías, unos más bellos y poderosos que otros. Algo así como el origen de las clases sociales. 

Quizá, esto de las antípodas, izquierda y derecha, debería de funcionar como el hemisferio derecho e izquierdo del cerebro, donde residen funciones distintas, pero uno a otro se complementan para dar sentido y forma al pensamiento y emociones. No se requiere que todos piensen igual, ni tengan los mismos ideales, ni la misma percepción del mundo; pero, lo que sí se requiere es que el Presidente sea el garante de esa pluralidad y el gran catalizador de los mexicanos. Es inadmisible que desde el poder político se agreda y divida, porque eso es la antítesis de la política. Aunque, está claro que no se debe de perder de vista la denominada regla áurea de la justicia, que consiste en tratar a los iguales de igual manera y, en consecuencia, a los desiguales de manera desigual.  

En su toma de posesión, el líder del CCE, Carlos Salazar le expresó al Presidente: “De la relación entre el Gobierno y los hombres de negocios depende cómo pueda sortear México los retos que entraña la desaceleración de la economía mundial. Lo primero que tenemos que lograr es ganarnos su confianza, partiendo de la premisa de que se trata de un atributo de dos vías: Hay que ofrecerla para merecerla, y sabemos que, para merecerla, primero hay que ofrecerla“. 

México necesita de diálogo y grandes acuerdos. Sin embargo, el Presidente no desea que el tiempo borre las heridas de campaña, al contrario: Insiste en que el tiempo marmolice sus lapidarias sentencias contra los empresarios: “La mafia del poder”. Así, entre empresarios, Presidente y Gobierno, no cesan la sospecha y desconfianza, como cuando los polvos de aquellos lodos. Mientras tanto, se hunden fatalmente los pronósticos económicos para México&

DA
 

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