Hasta antes que empezara la tragedia del Covid-19 yo me sentía una persona joven, aunque soy mayor de 60. Joven porque me siento llena de energía tanto física como mental, lo que me permite hacer deporte, escribir y hacer trabajo social, además de que me encanta bailar y disfruto de las fiestas.
Ahora me llaman vieja continuamente. Jamás me había sentido discriminada por la edad y esto es ya muy frecuente. En la lucha contra el coronavirus se conjura un menosprecio por la vida de los mayores y hay quienes piden aislar a los ancianos por ser más vulnerables a la enfermedad y solicitan que la economía y la vida continúen su ritmo para los demás.
Que se abran las escuelas, los restaurantes, tiendas y bares. Si la epidemia mata a viejitos y a muy pocos jóvenes que podrían morir remotamente de cualquier otra cosa, no hay por qué restringirse. Guardemos a los abuelos en un armario como hicieron con Úrsula, personaje de Cien Años de Soledad& “y una tarde la escondieron en un armario del granero donde hubieran podido comérsela las ratas”.
Si el gobierno dispusiera la segregación por edades para un aislamiento, tendría que limitarme a mirar la vida confinada en mi hogar por tiempo indefinido y sin ver a mis hijos, ya que al estar ellos afuera estarían expuestos a la transmisión, aunque sobrevivirían según los datos estadísticos.
Veo una división más en nuestro ya muy dividido México. Jóvenes que priorizan la economía queriendo salir y piden que los mayores se queden en casa, ya que al parecer son inservibles. La vida será un juego de cartas en el cual se desechan las que no son útiles a través del descarte y se remplazan por unas más convenientes.
La Guía Bioética que se repartió al personal médico privilegia a la juventud. Aunque un joven se hubiera contaminado por no seguir las indicaciones preventivas, merece más un respirador que una persona de 64 años de buena salud que hubiera seguido estrictamente las advertencias de cuidado.
He escuchado a jóvenes decir que a los viejitos ya les tocaba y sólo se trata de un empujoncito. En una sociedad egoísta, individualista e inhumana pocos tienen cabida. ¿Dónde queda la humanidad si no se hace todo lo posible para evitar la transmisión? Dar paso al contagio por privilegiar la economía no es la solución.
Aunque ahora se ve venir una gran crisis que provocaría hambre y violencia; de otras desgracias y guerras se ha recuperado el mundo. El coronavirus mata vidas y los gobiernos lentos matan la economía. Las muertes no se recuperan.
Existen soluciones y alternativas que pueden paliar la economía. La riqueza debe ser compartida y entrar en equilibrio y apoyar generosamente a quien lo necesite y mostrarse solidarios con el prójimo.
La solución no es excluir a los mayores que han trabajado y construido esta sociedad. Sería una ingratitud usar el falso pretexto de cuidado con el aislamiento.