Desde la corta visión de Alejandro Navarro, alcalde de Guanajuato, el destino de la capital del estado solo son las momias; no la ciudad, no su cultura, no su entorno mágico y menos su historia. Lo explico.

Un fenómeno natural, descubierto hace años y publicitado en una película del héroe de la lucha libre, El Santo, convirtió una exhibición de cadáveres momificados del cementerio de Santa Paula, en supuesto “museo”, para satisfacer el morbo de cierto tipo de visitantes, que arribaba a la ciudad. 

Pero la vocación turística de Guanajuato deviene de otras circunstancias que debemos revalorar, para no acompañar la ignorancia de su gobernante en turno. Esta entidad federativa responde al influjo de centros urbanos, que no pertenecen a Guanajuato. Al oriente, toda la zona de La Laja orbita en rededor de Querétaro. El norte guanajuatense responde a la dinámica de San Luis Potosí. El sur siempre se ha alineado a Morelia y el occidente mantiene fuertes lazos con Guadalajara. Como auténticamente guanajuatense solo queda la zona correspondiente a Irapuato, Silao y la propia ciudad de Guanajuato, que gracias a su potencial minero, se consolidó como una de las ciudades novohispanas con mayor auge. Así lo vio con claridad el polímata Alexander Von Humboldt, una de las mentes más ilustres de su época, al visitar la región más rica y próspera de América.

En la ciudad de Guanajuato acaeció el gran evento de la primera parte del movimiento de insurrección de 1810: la toma de la Alhóndiga de Granaditas. Luego de la masacre de españoles, todo cambió y el movimiento de Miguel Hidalgo marcó el inicio de la independencia. En sus callejuelas y plazoletas, se entreveran leyendas, sucesos históricos y se descubren expresiones arquitectónicas de incalculable valor, que llevaron a la UNESCO a declararla “Ciudad Patrimonio de la Humanidad”. Nada más y nada menos.

Esta ciudad extendió su nombre a toda una región, constituida por una enorme diversidad social y ha sido importante testigo de la historia de nuestro país. Quiéranlo o no, ninguna otra localidad del Bajío, la iguala en prosapia. Pero aún hay más, su caprichosa ubicación la hacen uno de los asentamientos urbanos más singulares del mundo. 

Una condición que revolucionó a Guanajuato, haciéndola diferente a los pueblos y villas circundantes, fue el establecimiento a partir de 1732 del Colegio de la Santísima Trinidad, luego, en 1785 el Real Colegio de la Purísima Concepción, en 1870 el Colegio del Estado y en 1945 la Universidad de Guanajuato. Bajo su auspicio se formaron una gran biblioteca (Biblioteca Armando Olivares), una colección de mineralogía excepcional, un museo de Historia Natural (Alfredo Dugés), un archivo histórico y una pinacoteca de gran valía. 

Desde la propia Universidad, se abrió un espacio cultural invaluable, que ha logrado el reconocimiento de la ciudad como “Capital Cervantina de América”, lo que devino en uno de los eventos artísticos más espectaculares del siglo XX: el Festival Internacional Cervantino, que ha contado con la presencia de grandes compañías teatrales y de danza, las mejores orquestas del mundo, y solistas extraordinarios. 

Esta es la ciudad, para rematar, de Diego Rivera y José Chávez Morado. El primero tiene como museo la casa en donde nació; el segundo hizo suya la propia Alhóndiga de Granaditas y fundó “El Museo del Pueblo”.

Pero nada de esta larga saga histórica y cultural es importante para el peor alcalde que haya tenido este municipio. Insiste en endeudarnos y convertir el linaje histórico y cultural de una gran ciudad, en una experiencia turistera, dedicada a la observación  morbosa de cadáveres momificados, la borrachera, el desmadre y a la compra de charamuscas. Lo repito: Navarro es indigno de gobernar esta comunidad.

  
DA

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