“La democracia es la ruta de superación. Realidad inevitable”. – Juan Aguilera Azpeitia

Asistimos a una etapa histórica que tiene sus muy marcados y lejanos antecedentes.

El poder en México, desde la Independencia, sin descartar el virreinato, claro, (una virreina, cuando regresó a España, se llevó sus cosas de México a Veracruz, en noventa mulas),  fue un apetitoso botín del que se apoderaban los audaces tanto así que  el marqués de Gálvez postuló: “a los súbditos les corresponde callar y obedecer “. Nulos derechos.

Cuando de España venían órdenes o normas que debían beneficiar a los indígenas pero el virrey las consideraba inoportunas o impropias, se decía campanudamente: “acátese; pero no se cumpla”.

La Nueva España vivió siglos polarizada: por una parte los mandatarios, por la otra los esclavos.

Luego vendría la guerra de independencia y de nuevo el poder militar por un lado y el pueblo por el otro.

Es pertinente recordar que en ese tiempo el Cabildo dictaba edictos en los cuales se prohibía “volantear” papeles escritos con críticas o sugerencias al Supremo Gobierno.

Las rústicas imprentas que imprimieran hojas no favorables al régimen,eran allanadas y sus propietarios o autores penalizados.

La libertad de expresión se suprimía a grado de que  quien “voceara” lo que estaba impreso y no aplaudía a Iturbide, digamos, era llevado a juicio.

Otra vez la polarización: el gobierno militar por un lado, incluso con apoyo del alto clero y el pueblo por el otro.

Padecimos, incluso a un sujeto que escaló a la Presidencia….¡trece veces!.

¿Cómo le hizo?, cualquiera se preguntará. Dominando, engañando y corrompiendo.

Fue un traidor a la Patria; para muchos el más nefasto de los políticos que registra la historia. Sin embargo, la gleba  de esa época le tributó honores a la pierna que una metralla enemiga le cercenó.

Luego, otra vez el pueblo arrastraría por las calles la misma extremidad.

Tal y tan contrastante realismo, ¿cómo se explica?..

Hay quien dice, con argumentos serios, que este personaje fue, en realidad de verdad, un comediante llamado Antonio López de Santa Ana.

Sí, puede aceptarse el calificativo, pero con el agregado de que el ingrediente que utilizó, fue de suma perversidad.

Manipulaba clérigos, militares, políticos, a ricos y pobres.

No había una mínima conciencia social y menos barrunto de aspiración democrática.

Con esos antecedentes podemos revisar toda la historia de México, hasta el porfiriato y la revolución  o la época actual para concluir que el poder ha estado en unas cuantas manos o sea nuestros mandatarios, del signo que hayan sido, convertidos en caudillos.

La autoridad de la República, en un puño.

Ellos imponiendo leyes formuladas por sus amanuenses, en ocasiones cultos, preparados que, para mucho, no dejaban de ver al Norte. De allá venían los signos ya que los vecinos tenían la idea de “América, para los americanos”, que obviamente eran y son ellos.

Hasta para cuestiones de fe, de Allende la Frontera, nos llegó un terrible campanazo con Plutarco Elías Calles, que desató la Guerra Cristera.

Un pueblo levantisco, en armas buena  porción del mismo en el Centro del País, que reclamaba su derecho a ser libre en la fe.

Otra vez la polarización, los buenos y los malos. El Gobierno, ordenador de la fe; los alzados o silentes protestatarios, enemigos  del orden institucional.

El poder en un puño, el de Plutarco Elías Calles, quien tuvo bajo su dominio a una cuarteta  de dóciles “presidentes” o sea sus monigotes, digámoslo con propiedad.

Hombre fuerte,” y sus circunstancias” como dijera del poder Daniel Cosío Villegas. La polarización constante y actuante: los buenos, gobernantes, en la cumbre. Los ciudadanos abajo, en la base de la pirámide.

Lázaro Cárdenas, encumbrado por el propio Plutarco, mandó al exilio a quien lo había impuesto.

El poder quedó en manos del michoacano.

Para que la polarización subsistiera, por un lado el pueblo y por otro el poder dominante, se había ya fundado el partido oficial.

Así los presidentes han sido autoritarios, hasta nuestro tiempo, sin descartar los dos regímenes panistas, que en lugar de coronarse con lauros democráticos, se cubrieron de vergüenza.

El desencanto fue mayúsculo y de nuevo la polarización: el poder en unas manos.

Ahora asistimos a una realidad que no cambia, aunque tiene un matiz: los pobres como ingrediente y apoyo del poder.

No se define ideología, ni sistema. Sin embargo se forman andamios de un izquierdismo nebuloso.

Ni los más encumbrados morenistas saben bien a bien, hacia dónde se encaminan.

Adivinan, intuyen, que en el horizonte de Morena hay un cierto socialismo; pero sin precisión ideológica ni claras metas.

Caminan a tientas y se prestan para un reformismo que apabulle a los que llaman neoliberales o fifís y les anule del  poder.

¿Quienes son, para quienes tienen la sartén por el mango ahora, los opositores a la 4T? Cuantos no estén de acuerdo con ellos. Así de simple.

Pero lo absurdo de esta realidad es que una persona o ciudadano sensato, no pueden solidarizarse con sus programas o metas, porque no hay definición.Están en una nebulosa cuyo centro ni ellos conocen y menos muestran.

¿Van al socialismo?. Díganlo y definan el tipo ideológico que los inspira y cuáles sus metas. Pero hablen claro, sin los rebuscamientos y juegos malabares que emplean.

Ayudar a los pobres nada tiene de malo, antes al contrario, es plausible siempre y cuando no se pretenda, a propósito del asistencialismo convertirlos en carne de cañón electoral.

El líder provisional de Morena, mandado por nos imaginamos quien, prendió una lucecita, abrió una compuerta del sistema que pretenden y de su ideología.

Que el INEGI investigue a los ricos.

¿De cuánto para arriba, a una persona se le podría aplicar esa denominación?.

No es la hora de definirlo como tampoco el método para restarle o confiscarle lo que se considere, en esa eventualidad, “mal habido”.

Hubo luego pronunciamientos desde la cumbre del poder, contrarios al planteamiento; pero ya esa idea fue soltada, como sin querer queriendo.

Si su ideal es el comunismo cubano, venezolano, ruso o chino, precísenlo, pero sin miedo a luchar por sus postulados.

¿Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de Morena, lo declaró por su cuenta, como una de tantas “puntadas” que hoy aparecen, es tan audaz que se “brincó todas las trancas”?.

Claro que no. Fue un mensaje claro, preciso, para nada cifrado, dando a entender hasta dónde puede llegar la 4T.

Ese maniobrismo polariza al pueblo, lo hace desconfiar de un régimen que no se define ideológica y estratégicamente, que no clarifica ni ideología y menos senderos de lucha.

Resulta tiempo ya, de que Morena y su jefe nato, le digan al pueblo  hacia qué rumbo se encaminan, porque “primero los pobres” es un método, pero no ideología y menos programa de gobierno permanente.

DA
                       

 

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