“Hay que dar hasta que duela” – Santa Teresa de Calcuta

El tema que me tomo la libertad de tocar ahora es, en realidad de verdad, simple, apoco trivial, insulso. Si usted prefiere váyase de largo a otra colaboración.

Ocurrió que una de mis asesoras abrió con cautela la puerta de su casa cuando le tocaron. Era cierta vecina que le pedía un jitomate si le sobraba, una cebolla y chilito, porque no tenían ni ella, su marido y dos hijos qué comer. El esposo y su muchacho perdieron el trabajo.

Vero hizo lo que pudo, de momento.. Al otro día fue por una regular despensa y se las regaló.

Luego comentó,porque algo escuchó en las redes sociales, que hay quienes sacan a la puerta de su casa a vender cositas que ya no usan. Al platicarlo me hizo reflexionar: “¿no sería bueno asomarnos debajo de la cama, al kloset y en los cajones que tenemos por allí,en las bolsas de tiliches para sacar lo que dejamos en desuso y con ello auxiliar a quien les sirven?”.

La idea, nos sacudió a mi esposa y a mí.

Juntos,los dos nos dimos a la tarea de hurgar por los rincones  y sacamos objetos, muchos aprovechables aún pero que ya no vamos a usar nunca. Los estábamos  almacenando para otro mañana que se fugó, la moda que se va, el simple olvido, los cuerpos que se deforman. ¡Qué se yo!. La verdad monda y lironda es que vamos dejando objetos como si fuéramos a tener nueva (¿metempsicosis?) vida o para heredarlos; pero a quienes se les queden les servirán únicamente como una pálida herencia que mandarán, con mucha razón, a la basura.

Con el propósito de ilustrar esta idea refiero que mi mujer y yo fuimos de viaje a Noruega. Como nos indicaron que allá el frío era inclemente, adquirimos dos mejores abrigos.

Al regresar, un día abrí el ropero y ya no ví el de ella. Me alteré un poco, lo confieso. Inquirí por la prenda y la señora Meche me contestó que en la banqueta, temprano,  estaba tirado un indigente. Fue por el abrigo y se lo puso sobre el cuerpo. Pasado mi marasmo o sorpresa y confusión, hube de felicitarla. Así lo relato en uno de mis libros, “Morusas del Pensamiento”, no únicamente para ponderar la obra sino con la idea simple de ventilar  mi volátil incomprensión en ese hecho.

Volvamos al asunto específico de la familia que, como muchas ahora, aquí en León, no tenía para lo elemental, sacó cuanto pudo a la puerta de su vivienda, claro que no cosas de valor muy afectivo para los niños. Las pusieron a la venta con la leyenda: “Cómprenlas. Es para comer”. Pronto tuvieron unos pesitos en las manos y ayuda que les llegó.

Si con esto que comento, mis estimados lectores, ya se decidieron a sacar objetos de donde sea para no dejárselos a las hormigas, los ratones,  las termitas o cucarachas, ya ganamos.

Los objetos que tenemos guardados como “herencia” en un momento dado les sirven más, sobre todo ahora, a los vivos que como recuerdo de los muertos.

Dijo una muy querida amiga mía, que luego de años que fallecieron sus padres: ” las cosas que sacamos  ya no le sirvieron a nadie. ¡Habían pasado tres décadas!”.

Entiendo que nosotros no vamos a resolver el problema de todo el mundo; pero una ayudita a quien lo requiere de urgencia, no está mal.

Asomémonos, para examinar la realidad y concientizarnos, solamente a un asilo de ancianos. Inquiramos cómo están y si nos desnudan la verdad dirán que “mal” a grado que han tenido que disminuir el número de los huéspedes, al no contar ya con capacidad  alimentaria para darles tres comidas al día.

Eso ancianitos, hombres y mujeres, que pueden ser  llevados de nuevo con sus familiares, si los tienen, estarán  expuestos más que nadie por la pandemia; pero además tienen requerimientos múltiples que solo en los asilos atienden por la vocación caritativa.

Alguien va a saltar alguien para reclamarme que ¿apoco allí lo hacen mejor que la familia?.Responderé que sí, “en muchos casos”.

Cuento una historia cortita, arrancada de la realidad. Es claro que no doy nombres, por sigilo  y respeto a las dignidades de los involucrados.

Un anciano fue cuidado, principalmente por hijas y nueras, en su casa. Un mal dïa determinaron internarlo en un asilo, al carecer ellas ya de tiempo para esa labor.

Personas con recursos de sobra, por cierto.

Preguntaron precios de los lugares establecidos en León. encontraron una institución  de mejor precio en Querétaro. Allá lo llevaron.

Luego supieron de otro asilo de menor  costo en Puebla,  a donde fue trasladado.

Cuando les avisaron que había fallecido impartieron órdenes para que fuera cremado.

Uno de sus yernos,solitario, fue por la urna para traerla a León en donde seguramente está depositada en lugar sagrado.

Por este tipo de realidades mi admiración hacia  las personas, religiosas o no, que atienden en asilos a ancianitos y viejitas.

Me va alguien a ilustrar respecto a que en esos lugares no batallan, porque les llegan despensas de sobra o los surte el Banco de Alimentos. En teoría sí. Muchas veces la realidad es otra.

Hay personas que llevan a sus viejitos. Los dejan y hasta con pago de cuota por seis meses o un año.

Pasa el tiempo y ya no van por ellos.

Aprovecho para rendirles tributo de admiración a las personas que de una u otra forma colaboran con los asilos. Hay lugares en donde todavía lavan a mano la ropa de los ancianitos. ¡Y vaya que de por sí es sucia!.

Muchachitas que generalmente llegan de comunidades rurales, a servir como pueden, en ocasiones sin remuneración adecuada. ¿No es para admirar esa nobleza?.

Me dirán que ya se me perdió el tema. No, aquí está: vean por todos lados y si hay cosas, objetos que puedan entregar con la idea de que alguien obtenga un pesito, regalémoselos.Y una reflexión: no esperemos  para que después de la muerte esa labor o caridad la hagan los herederos en memoria nuestra.. Actuemos nosotros y ahora. ¿Qué nos cuesta?.

En vida hay que hacer el bien, porque como dijo un viejito, Bernardino, que viene por cositas a mi casa: “cualquier centavo, me cae de perlas”.

Busquemos por todos lados esas perlitas que debemos de poner en manos de quienes las volverán oro molido o elemento nutriente.
                   
         
 

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