La evolución de la pandemia de Covid-19 este año definirá nuestro futuro. La situación es frágil. El impresionante desarrollo de dos vacunas en tiempo récord, las de Pfizer y Moderna, es un gran logro. Sin embargo, esperábamos que vinieran otras vacunas. Merck acaba de suspender el desarrollo de dos al no lograr la inmunidad esperada, y AstraZeneca está en proceso de desmentir ante reguladores europeos la duda sobre la efectividad de la suya para adultos mayores (de sólo 8%). Después de éstas, sólo quedan vivas en el corto plazo la de Johnson & Johnson, que presentará resultados en un par de semanas, y la de Novavax en marzo.
Estamos en una carrera contra reloj. Urge inmunizar a la mayoría de la población. Pero, en paralelo, es indispensable detener contagios. No hay evidencia científica de que quienes estén vacunados no seguirán siendo capaces de esparcir contagio como portadores asintomáticos. El gran riesgo es que si los contagios continúan, el virus siga mutando hasta que aparezca uno resistente a las vacunas existentes.
Se habla de tres variantes conocidas: inglesa, sudafricana y brasileña. Es probable que haya muchas más. No las hemos encontrado porque no las estamos buscando. Por eso urge parar contagios. Países como México: con fronteras abiertas, donde casi no se aplican pruebas y donde el confinamiento no se respeta, podríamos ser el caldo de cultivo idóneo para el desarrollo de potentes variantes del virus. Las que han surgido son 50% más contagiosas, pero podrían aparecer otras más letales.
¿Qué podemos hacer? Empecemos por detener contagios incrementando masivamente la disponibilidad gratuita de pruebas PCR. Urge también desarrollar sistemas para rastrear contagios. Si más asintomáticos se hacen pruebas, los detectamos y aislamos antes de que esparzan el virus, vamos de gane. Lo que hoy se hace en México es absurdo. Tomarle la temperatura a quien entra a un sitio público permite detectar a quien presenta síntomas, el gran problema es el asintomático que riega el virus sin darse cuenta. Y qué decir de los tapetes de cloro o del uso masivo de antibacteriales (el problema es viral no bacterial, usar tanto antibacterial generará otro problema pues aceleramos la evolución de bacterias más fuertes y resistentes a antibióticos).
En paralelo, apresuremos la aprobación de terapias y tratamientos que han funcionado bien en países avanzados, y que salvarían vidas en México. Reduzcamos la mortandad de los infectados. Cofepris lleva meses sin aprobar un medicamento de Lilly, el Bamlanivimab, un tratamiento de anticuerpos monoclonales que, administrado en la primera semana de contagio, evita que el virus pueda “pegarse”, en la mayoría de los casos evita que el virus provoque daño en el sistema vascular y en los órganos. Pero Cofepris está por aprobar la vacuna rusa Sputnik V (de victoria), que ningún regulador serio ha aprobado. Lo hizo con criterio político pues es la única de la que han logrado comprar millones de dosis. Rusia tiene una larga trayectoria de engaños. Hace años afirmaron haber desarrollado una vacuna contra el SIDA, y en otro momento una contra el Ébola. Ambas siguen sin existir.
Más de 375 mil mexicanos han muerto por Covid-19, entre ellos mi mamá. De acuerdo con Laurie Ann Ximénez-Fyvie, doctora en ciencias médicas de Harvard e investigadora de la UNAM, si no cambiamos radicalmente el manejo de la pandemia, en junio acumularemos 600 mil decesos. Como dice ella, la estrategia debe basarse en la evidencia. En México la seguimos ignorando y escondiendo.
¿Qué necesita ocurrir para que el Gobierno deje de mentir y de ocultar información? ¿Qué tiene que pasar para que el mexicano promedio tenga acceso a la cama de hospital, a la atención y a los medicamentos que hoy recibe AMLO? ¿Vale más la criminal complicidad del “Dr.” López-Gatell que las vidas de miles de mexicanos? ¿Cuándo renunciará o será despedido? ¿Cuando haya muerto un millón? ¿Dos? Demasiados mexicanos me acompañan en este dolor y en la brutal frustración de ver que, a pesar de tan contundente evidencia, hoy sólo lo político importa.
@jorgesuarezv