Joe Biden sabe lo que debe hacer un buen presidente: comprometer todos sus esfuerzos hacia el futuro. Con una iniciativa que no se veía desde hace 60 años, propone invertir 2 billones de dólares en infraestructura. Su proyecto incluye la renovación de puentes, carreteras y aeropuertos. También el desarrollo de una red de 500 mil estaciones de carga para autos eléctricos.
La lista es larga: apoyos sociales para el cuidado de los adultos mayores y la infancia; estímulos fiscales a la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías y banda ancha. A sus 78 años es el presidente más viejo y audaz que haya tenido nuestro vecino desde John F. Kennedy.
¿De dónde sacará dinero el gobierno que tiene enormes déficits? Del futuro. Todas las inversiones habidas y por haber tienen una sola fuente de pago: el porvenir. La duración del plan es de 8 años, lo que duraría su mandato si es reelecto. La mitad de los recursos serán recaudados con el aumento de la tasa de impuestos a las empresas del 21 al 28%. El resto, y más, serán producto del crecimiento que tendrá la economía con esa y otras inversiones.
Como el entusiasmo por construir es contagioso, Estados Unidos atraerá, de nueva cuenta, miles de empresas de todo el mundo. Europa envejece y no encuentra el camino de la renovación porque buena parte del tiempo la pasan sus países discutiendo qué parte le toca a cada quién. China tiene la población y las dimensiones para seguir creciendo, en franca competencia por convertirse a finales de la década en la economía más grande del mundo.
Aquí se nos va el tren en guerras absurdas entre el gobernante e imaginarios “adversarios conservadores” cuando lo que necesita el país es unidad, confianza e inversión. El despliegue de obra pública que pretende Biden, es como una locomotora que jalaría a nuestro país con el T-MEC. Pero en lugar de eso, peleamos por industrias viejas y malolientes como la generación de electricidad con combustóleo.
Buena parte de la inversión en tecnología será para atender el cambio climático. Pronto podremos generar y almacenar electricidad desde fuentes renovables. Con cada desgracia climática como huracanes, sequías e inundaciones, la opinión pública mundial presionará a los gobiernos para que tomen acciones radicales. Trump fue una pesadilla, la 4T y Bartlett son nuestra pesadilla pero pronto el reloj de las relaciones dentro del T-MEC sonará la alarma y marcará la hora en que deben despertar los fósiles de Morena.
La carrera no durará más de los ocho años del proyecto de Biden. Por eso otro de los grandes proyectos incluídos en la propuesta es transformar la red eléctrica de Norteamérica. México podría exportar más electricidad desde los estados del noroeste como lo hacen en Baja California con los aerogeneradores de la Rumorosa, esos que “afean el paisaje” según López Obrador. CEMEX, la multinacional mexicana del cemento, será beneficiada con toda la obra y el crecimiento del vecino. Igual debería ser la estrategia nacional para, de una vez por todas, acabar de integrarnos a Norteamérica en lo económico. Es un tren que seríamos muy tontos en dejar pasar.