En medio de la pandemia y la crisis económica, surge la comedia política, la burla pública de todo lo que sucede y de los personajes políticos del momento. En México, durante el PRIato, los presidentes acumulaban todo el poder y los medios vivían amenazados por la censura. Había límites estrictos: nunca tocar la “figura del presidente”, nunca burlarse de él, era lo más importante.
La “presidencia imperial” terminó con Carlos Salinas de Gortari en 1994. Él y sus antecesores tuvieron un escudo casi infranqueable dado el poder hegemónico del partido. En 1988 sufrió la primera grieta. Salinas ganó bajo sospecha. Manuel Bartlett, viejo truhán, lo sentó en la silla con la ayuda de una “caída del sistema”.
Las cuerdas del control aflojaron la tensión en el sexenio de Ernesto Zedillo por el desastre económico de 1995, y a la llegada de Vicente Fox, la alternancia trajo la plena libertad de expresión. La crítica y la comedia política ya no fueron amenazadas desde el poder.
Con la llegada de López Obrador hay reminiscencias del viejo PRI intolerante. Morena no sólo quiere regresar al presidencialismo, al estatismo de los monopolios gubernamentales; también quiere sacralizar la figura del Presidente.
Tienen noticias: ya no se puede.
El miércoles, cuando escuchaba a Brozo y Loret en su diálogo cómico político, comprendí que la gran frustración de la llamada 4T es la impotencia de censurarlos. Igual sucedió cuando vi el cartón de Paco Calderón, donde “la justicia” del INE le pregunta a un “Toro” desmembrado con cara de Félix Salgado Macedonio, dónde le deja sus huevos.
Chumel Torres se pasa varias “rayitas” de la comedia convencional y no es codo cuando profiere bromas e insultos al Presidente y a quien se le aparezca por enfrente. Según sus quejas, lo amenaza el SAT, pero también se burla de eso y hasta compone una canción.
Para un partido como Morena que pretende convertirse en el PRI del siglo XXI y entronizar a su líder al estilo autoritario de un Díaz Ordaz o un Luis Echeverría, el ácido corrosivo de la burla es insoportable. Sobre todo si la toman en cuenta y convierten a sus autores en adversarios o enemigos.
Hay quien dice que López Obrador es el presidente más poderoso que ha tenido el país porque llegó con la legitimidad de una mayoría absoluta. Al principio pudo parecerlo, al menos por sus decisiones verticales, unilaterales e inexplicables. López Obrador destruyó la obra más importante de infraestructura de nuestra historia porque así le mostraba a sus adversarios y a la “mafia en el poder” quién manda ahora.
Detrás de esa y otras decisiones equivocadas, como presionar la salida de Carlos Loret de Mola de Televisa, surgen críticos feroces, muchos de ellos habían sido leales compañeros en su lucha democrática. El mismo Brozo lo era.
Dos comediantes y un periodista sin límites se han convertido en la verdadera oposición, en la alegría y la risa de quienes no comparten las ideas del gobernante. Poco a poco ganan terreno y son millones de visitas las que acumulan en las redes sociales cada semana.
Salinas de Gortari grabó en la memoria la frase de “ni los veo ni los oigo”. Era falso pero al menos comprendió que la época de “todo el poder”, había pasado.