Los tráileres no cesan de transitar la carretera que va de Monterrey a Nuevo Laredo. Uno detrás de otro producen congestionamientos. Es un desfile interminable de mercancías que van y vienen a Laredo. La economía de Estados Unidos arrancó después de la pandemia y jala la producción nacional.
Los números lo dicen: en marzo exportamos 43 mil millones de dólares e importamos 46 mil. La cifra de importaciones es más grande porque las fábricas que estaban paradas ahora requieren de nuevos inventarios para producir. También son un indicador de que el país volverá a crecer. Si la tendencia se mantiene, tendremos un año de comercio internacional récord.
Mientras otros países latinoamericanos centraron sus exportaciones en pocos productos, México amplió su abanico de manufacturas como la automotriz, agropecuarios, maquilas y algo de petróleo. Al final del año podríamos superar los 470 mil millones de dólares en ventas al exterior. La cifra equivale a lo que exportan todos los demás países latinoamericanos juntos. Brasil, que es el más grande, exporta menos de la mitad que nosotros.
De los 43 mil millones de ingresos, apenas 2 mil provienen del petróleo. Lo sorprendente es que importamos casi 6 mil millones de dólares de petrolíferos; léase gasolina, gas, diesel y otros derivados. El gran negocio de México dejó de ser el petróleo. A diferencia de Hugo Chávez, que apostó todo a la riqueza del subsuelo y fracasó, la apertura comercial al mundo (neoliberalismo puro) atrajo inversiones extranjeras que hoy dan empleo a millones.
El presidente Carlos Salinas de Gortari comprendió, a principios de los 90, que el futuro del país estaría en el comercio y no sólo en la riqueza petrolera a la que le había apostado José López Portillo. Hoy recibimos casi el doble de dinero en remesas que en ventas de petróleo. Este año superaremos los 40 mil millones de dólares. Tan sólo Guanajuato recibirá más de 70 mil millones de pesos en envíos, casi el equivalente al presupuesto de nuestro gobierno estatal.
A 3 años de la victoria de Morena y su diseño antineoliberal resulta imposible cambiar el modelo establecido. La primera noticia la tuvo López Obrador cuando Donald Trump amenazó con imponer aranceles del 7% si no detenían la columna de indocumentados centroamericanos. Marcelo Ebrard, el más cuerdo de los morenistas, entendió que sería una catástrofe y por eso enviaron a la Guardia Nacional a parar la marea humana.
En el mercado interno también prevalece el libre mercado, con todos sus bemoles. En medio de la pandemia bajó el precio de la gasolina porque se derrumbó la demanda. Ahora que sube el petróleo, sube la gasolina. Pero también el gas, el maíz y la tortilla. Aumentan los insumos y la inflación llega al 6%.
Si el país no fuera neoliberal, ya habría control de precios, subsidios y otros diques temporales a los precios. Lo intentó Venezuela: está hundida; lo quiere hacer Argentina, no hay forma de que logre parar su enorme inflación del 4 por ciento mensual. Aquí, si no para la inflación, el Banco de México elevará la tasa de interés, le guste o no al Presidente. Su mandato es mantener el valor de la moneda y más pronto que tarde meterá el freno para cumplirlo.
Así que no le digan, que no le cuenten, el periodo neoliberal no terminará con este sexenio ni con los que vengan. Habrá cambios, modulaciones y una mayor intervención del Estado en materia fiscal, pero la única transformación que seguirá es la que diseñaron Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.