El miércoles en el programa de Ciro Gómez Leyva “Por la mañana”, escuché algo que por primera ocasión durante el sexenio me hizo reflexionar sobre la libertad en México. Desde hace treinta años o más, en el país podemos hablar y escribir sin censura. Antes el régimen autoritario del PRI tenía mil formas de limitar a los medios de comunicación. 

Buena parte del progreso de apertura sucedió por la presión del cambio democrático gestado a partir de 1988, cuando la oposición tiene presencia nacional verdadera. Carlos Salinas de Gortari fue el último presidente que pudo ejercer el poder casi sin límites. Sólo en 1994, al final,  la rebelión zapatista en Chiapas y el asesinato de Colosio debilitaron su sexenio. 

Con Ernesto Zedillo llegó la primera mayoría opositora al Congreso en 1997 y la alternancia que marca el inicio del milenio en 2000. Zedillo fue un gran líder: demócrata, sobrio, decente y eficaz. En su época respiramos la mayor libertad de expresión. Con Vicente Fox se inaugura la plena libertad. En su legado está la voluntad de transparentar la vida pública y sus cuentas. En su voluntad jamás estuvo la represión, la intimidación o el reparto incorrecto de la publicidad gubernamental. Cómo él decía, “aguantaba vara”, aunque le disgustara  la crítica. 

Si bien en lo nacional no había represión, en Guanajuato el PAN de Juan Manuel Oliva reprimió, como ningún otro gobernante ni otro partido.

Oliva pretendió “bajar” a AM. Quiso, por medio de la cancelación de pautas publicitarias, someter nuestra palabra. Paradojas de la vida, hoy el exgobernador sirve a un candidato priista en Nuevo León como operador electoral. 

En el sexenio de Peña Nieto la discriminación estuvo en las toneladas de dinero que la federación compró en espacios publicitarios a los medios centrales. Televisoras y periódicos afines recibieron como nunca dinero. Recuerdo que en diciembre de 2017, El Universal imprimía hasta 17 páginas de publicidad a color de múltiples dependencias federales. En eso las cosas no han cambiado. Hoy La Jornada se convierte en el medio impreso predilecto y recibe 440 millones de pesos en dos años. 

Pero eso no es relevante comparado con la voz de asombro y tristeza de Ciro Gómez Leyva. Desde la mañanera López Obrador lo agrede en su trabajo profesional. Ciro tiene la mayor audiencia nacional en radio por la mañana. En Radiofórmula trabaja en libertad y se ha ganado el respeto y diría el respaldo del auditorio. “Van 12 o 14 veces que el Presidente nos dedica menciones”, dice, atribulado por el tamaño de los comentarios y la información que el Presidente muestra de sus contratos e ingresos. Información privada.

Al final duda, dice o insinúa que su trabajo en libertad está en riesgo, que se siente “intimidado”. En la mañanera hay críticas a Reforma, El Universal o a los medios “conservadores”, pero no es lo mismo la crítica a una institución o a un medio que a una persona en particular. Por el momento es una lucha desigual. Todo el poder del Presidente, toda su carga emocional en medio de una contienda electoral, vertida contra un ciudadano que hace su trabajo. Si Ciro y la empresa que confía en él soportan un poco más los embates, al paso del tiempo su programa prevalecerá. Después de la elección el partido Morena dejará parte del poder que acumuló en la primera mitad del sexenio. En poco más de tres años López Obrador se irá (no tengo la menor duda). Ciro, López Dóriga, Carlos Loret de Mola, Pepe Cárdenas, Leo Zuckerman, Macario Schettino, Jesús Silva-Herzog Márquez y cientos de periodistas, comentaristas y críticos de la política, seguirán tan campantes transmitiendo y escribiendo noticias, luz e información creíble a lectores y auditorios. 

En México ya nadie puede robarnos la libertad de expresión. 

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