La última tontería de Hugo López Gatell demuestra que desde hace tiempo está enfermo. Después de leer el libro “Un daño irreparable” de la investigadora egresada de Harvard, Laurie Ann Ximénez Fyvie y escuchar en un programa del Canal 22 las teorías conspiratorias del doctor, la única conclusión es que necesita reposo fuera de la Secretaría de Salud porque perdió la cordura. 

Azuzado por los aplaudidores a sueldo del Gobierno, López Gatell cae en la trampa del dogma ideológico y acusa de “golpistas” a las indefensas familias que buscan sanar a sus hijos. Con eso muestra la mayor bajeza moral y humana. Vemos a los niños sin cabello, demacrados y con los ojos hundidos pedir alguna esperanza de vida y sus familias reciben calumnias e insultos de quien debería protegerlos y ayudarlos a sanar. Esa brutalidad no pasó desapercibida ni siquiera entre sus colegas de Morena

En la actual administración el deporte favorito es insultar a los ciudadanos de bien, ya sean la clase media o cualquiera que tenga una mediana preparación y aspire a ser mejor, pero los moneros radicales y Gatell se volaron la barda cobijados por la televisora que pagan los contribuyentes. Un medio que debería ser equilibrado y no un vulgar ariete del poder en turno.

Los periodistas estamos curtidos; los empresarios entienden el lenguaje oficial y dejan de responder porque no tiene sentido; la oposición llamada “adversarios conservadores”, neoliberales o antigua “mafia en el poder”, aprendió bien pronto la lección de no ir a todas. Muy distinto es lanzar calumnias a un grupo de ensombrecidas familias. En las redes a Gatell lo calificaron de miserable e infame. Tienen razón, pero falta el calificativo que se convierte en sustantivo: enfermo mental. Había tenido declaraciones absurdas pero ninguna tan hiriente y absurda como la última.

Lo recordamos con sus frases de lambisconería infinita y escasa ciencia donde afirmaba que el presidente López Obrador “no tenía fuerza de contagio sino fuerza moral”. Luego, cuando la pandemia pegaba con todo, tenía miedo de sugerir el uso de cubrebocas para no contradecir a su jefe. Decía, con absoluta ignorancia o indolencia, que no había bases científicas para asegurar que su uso fuera necesario. Qué decir de su inmoral ejemplo cuando pedía quedarse en casa y él viajaba a la playa.

En su ignorancia del problema que teníamos frente a nosotros, en su ineptitud para consultar a otros, argumentó que 60 mil muertes serían una catástrofe. Llevamos cuatro veces esa cantidad  tan solo en los registros oficiales. Por la embriaguez de la popularidad que le daba salir todos los días a narrar lo que nadie entendía, cedió la honestidad intelectual por el brillo de los reflectores y las porras de su jefe, el Presidente. 

La oposición pide que sea retirado del puesto. Los más críticos quieren juicio político y que le finquen responsabilidad por la catástrofe sin fin, por el medio millón de difuntos y sus familias. Si permanece en el puesto creará mayor discordia y desgaste en Palacio. Ayer medio le quisieron componer y el enredo creció porque la verdad es que el Gobierno no cumple con promesas y más promesas de buen abasto de las medicinas. Sin embargo la infamia fue de tal magnitud que se convertirá en una marca inolvidable del odio y la imbecilidad (que raya en la demencia)  de personajes como López Gatell. 

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