Si no puedes detenerla, lo mejor es controlarla. O fingir que la controlas. Mandar señales equívocas, nunca claras. Un halago por aquí, otro por allá. Algunos nombres adicionales, para que parezca una contienda más amplia, menos cerrada. Desfile de egos. Y, quizás más claro: señalar los vacíos. Cerrar puertas y aspiraciones. Dejar claro el lugar de cada quien. Y, sobre todo, el esfuerzo por conservar todos los hilos, por demostrar que las cosas se decidirán solo en su corazón, por más que el líder del partido se lance -una vez más- a proponer otra de esas encuestas cuyos resultados nadie nunca conoce.

Mucho se ha especulado sobre las razones del Presidente para adelantar la carrera por la sucesión: hay quienes piensan que no tuvo más remedio y quienes, al revés, lo ven como otra de sus brillantes estrategias. Hay quien asume el tiro de salida como prueba del desgaste de su gobierno y quien advierte la señal de que su proyecto transexenal va en marcha. Algunos señalan el error inaudito de acortar los plazos, a otros les parece una movida maestra para ocupar todos los espacios en la discusión pública.

López Obrador es, sin duda, el mejor político que México ha tenido en el último cuarto de siglo lo que no es sinónimo, en ninguna medida, de que sea o vaya a ser un gran Presidente. Nadie como él ha logrado acumular tanto poder y, sobre todo, tanto poder simbólico: desde el rebelde que abandona el PRI e incorpora en su lenguaje las luchas indígenas y el discurso antiglobalización, hasta el prudente jefe de Gobierno del Distrito Federal que tantos echan de menos, y del infatigable opositor derrotado en dos ocasiones una mediante fraude al vencedor indiscutible de hace tres años. Nadie, en su partido o en la oposición, lo iguala. Nadie, en su partido o en la oposición, le llega a los talones.

No hablamos aquí de sus (escasos) aciertos o sus (cada vez más numerosos) desaciertos como gobernante, sino de su estatura casi mítica: la minuciosa construcción de su persona política y la articulación de su lenguaje: ese discurso plagado de referencias históricas, de histrionismo nacionalista, de condenas morales a diestra y siniestra, de grandilocuencia y omnipresencia mediática. Enfrentado a la necesidad de decidir si dar una indicación clara de que nadie se mueva o permitir la batalla interna, optó por lo segundo.

No me parece, siguiendo su trayectoria, que lo haya hecho obligado por las circunstancias: su comprobada astucia le hubiera permitido otras salidas. La claridad parece suya. Como muchos otros líderes con ansias de escribir la Historia, López Obrador ha preferido alentar a sus subordinados a hacer públicas y explícitas sus intenciones de sucederlo. Muchos argumentan que, como varios de sus predecesores del priismo hegemónico De la Madrid o Salinas, por ejemplo, tiene claro desde hace mucho, in pectore, su elección, y que la maniobra no es, por tanto, más que una cortina de humo para proteger a Claudia Sheinbaum.

Es muy probable que, si tuviera que decantarse hoy por alguien, lo hiciera por ella: una y otra vez hemos comprobado que la primera opción de los presidentes mexicanos ha sido por figuras filiales el propio Salinas o Colosio y nunca peligrosamente fraternas Del Mazo o Camacho, de modo que el lugar de la jefa de Gobierno parecería asegurado. Pero, además de seguir controlando el tablero, el líder acaso también quiere -como tantos hombres de poder- poner todas sus fichas en juego. Puede haber errores, desgracias, sorpresas, imprevistos: una baraja amplia da más libertad.

No todo está decidido, aunque lo parezca y aunque el Presidente así lo deseara: por eso Marcelo Ebrard se ha puesto en marcha, aun sabiéndose en desventaja. Más relevante, aún, es bloquear a los indeseables con Monreal a la cabeza, y observar desde la distancia, como un científico con sus cobayas, los movimientos de cada pieza. De lo que no hay duda es de que él será el único árbitro y, frente a una oposición desguanzada, como en el priismo hegemónico, él será el Gran Elector.

@jvolpi

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