Veo que hay personas bastante interesadas en contribuir en el apoyo a este gobierno, de todas las tiendas políticas. Personas que también no son políticos, pero sí que hoy los he visto que tienen toda la disponibilidad para encaminar este gobierno”. –Pedro Castillo
Por un pelo, el maestro campesino Pedro Castillo le ganó la segunda vuelta electoral a Keiko Fujimori en Perú. Le espera un reto formidable para gobernar un país dividido en dos. Castillo había espantado a los empresarios y a las clases medias pregonando que era seguidor del marxismo leninismo. Luego dijo que no.
El maestro campesino convertido en presidente tendrá que aprender rápido para no desestabilizar la alicaída economía de su país. El año pasado Perú perdió el 11.5% de su producto interno debido a la pandemia. Fue una de las naciones más golpeadas en Latinoamérica.
En su discurso inicial, después de ser nombrado presidente electo, tuvo la sabiduría de buscar la conciliación de todos los peruanos. Llamó a los técnicos y a la gente preparada para que lo ayude. Prometió no tener rencor, y en un tono más populista dijo que primero sería el pueblo de la raza peruana.
En sus propuestas de campaña estuvo la idea estatista de “recuperar” la minería, fuente principal de divisas del país. Un tema que será espinoso por las grandes inversiones extranjeras. Otro ofrecimiento difícil fue cambiar la Constitución para permitir la pena de muerte, algo que en toda Latinoamérica está prohibido. También prometió regresar a los venezolanos a su tierra, ya que hay un millón de refugiados que llegaron con el desastre chavista.
Todos los políticos prometen lo imposible y más los demagogos de izquierda, sin embargo parece que el maestro aprenderá pronto la lección de lo que es posible y lo que no es. En campaña y en su discurso inicial llevaba un pintoresco sombrero autóctono. Una conexión directa con los millones de peruanos campesinos. Cuando se anunció su triunfo – ya esperado- surgió el temor de una devaluación del Sol pero no sucedió. La bolsa de valores de Lima tuvo un ligero ascenso. El llamado a la unidad, a la inclusión y a la participación de los expertos – no políticos- de buena fe en su gabinete estuvo muy distante de sus arengas marxistas de campaña.
Nunca había escuchado el término “tiendas políticas” al referirse a los partidos. Vale la pena pensar que todos los partidos, las ideologías y los políticos son tiendas y tenderos que venden algo. En sus anaqueles hay variedad de productos cuando son instituciones desarrolladas y escasez cuando las ideas son monótonas, repetitivas y dogmáticas.
La democracia al fin es eso, la libertad de escoger el lugar donde vamos a comprar soluciones para nuestro país y región; el sitio donde nos encontramos a tenderos hábiles o ineptos, idealistas o corruptos.
La tienda política de Castillo parece la de un pueblo donde hay de todo y para todos. La habilidad para surgir desde un sindicato magisterial hasta la presidencia del país; los ingredientes para comerciar con otras tiendas de diferente color y la sensatez de escuchar a los expertos para que el país no decaiga más. También tiene rincones oscuros de un racismo autóctono o prácticas extremas como la pena de muerte. Veremos también si Castillo se atreve a regresar a un millón de venezolanos al infierno que es ese país. El mundo lo ve, nosotros lo seguiremos de cerca.