“Ya hay un consenso de que es fundamental la integración económica en América del Norte con respeto a nuestras soberanías. Esto nos va a garantizar que llegue más inversión extranjera, que se establezca en las empresas y desde luego que se generen empleos y que haya bienestar en nuestro país”. 

Andrés Manuel López Obrador

Mérida, 16 noviembre 2021

(Agencia Reforma)

 

En 1991 el Dr. Carlos Salinas de Gortari, entonces presidente de México, comenzó una campaña en Estados Unidos para lograr un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Quería convencer a George H.W. Bush de que México no necesitaba ayuda sino comercio. En Harvard daría cátedra en la escuela de política John F. Kennedy, lo mismo que en Ottawa frente al primer ministro Brian Mulroney. 

Con perfecto dominio del inglés y claridad magistral, sorprendía a los catedráticos con su exposición político económica. Cuando llegó al poder comprendió que México no saldría adelante con un modelo cerrado de comercio exterior ni con dádivas de otros países. Miguel de la Madrid nos había unido al GATT, un acuerdo arancelario que permitía eliminar impuestos de importación y exportación con la Organización Mundial del Comercio, pero no era suficiente. 

Faltaba el gran salto adelante. Una zona económica de libre comercio en Norteamérica. A Canadá le encantó el proyecto porque elevaría sus exportaciones a Estados Unidos y México tendría acceso preferencial a los dos mercados. El acuerdo elevaría la productividad de los tres países y daría estabilidad política a México que, desde su firma, debía someterse a leyes trasnacionales comunes a Norteamérica. 

Este jueves, cuando venga el encuentro entre los mandatarios de los tres países en Washington, se ratifica de nueva cuenta el invento del doctor Carlos Salinas con su visión de futuro. Cierto que el ex presidente no es bien visto por la mayoría de la opinión pública por la corrupción de su hermano, los crímenes políticos del 1994 y el levantamiento zapatista en Chiapas que fundieron su prestigio. También lo dañó la devaluación justo 20 días después de su salida y el encarcelamiento de Raúl, su hermano, por el homicidio de su cuñado José Francisco Ruiz Massieu. 

Lo sorprendente son las palabras del presidente López Obrador. Pueden ser las mismas que usaba Salinas para convencer a los mexicanos. Vale la pena recordar que en los noventa hubo rechazo de la izquierda al tratado. También de panistas ilustres, incluso José Pedro Gama, entonces diputado, renunció al PAN porque no estaba de acuerdo. Jorge Castañeda, hoy liberal demócrata, también se opuso. En Estados Unidos los sindicatos se opusieron y lo siguen haciendo. 

Como dice el Presidente: hay un consenso sobre los beneficios para el bienestar de los mexicanos con la inversión extranjera. Algo que suena a liberalismo puro, no sabemos si nuevo o viejo pero el comercio entre naciones y pueblos es tan antiguo como los pueblos fenicios del Mediterráneo o la ruta de seda en Oriente. 

Curioso que pese a la distancia entre el creador del TLC y su enemigo público número uno, coincidan en lo fundamental: México debe estar abierto al mundo, fortalecido por su situación privilegiada en Norteamérica, algo que ningún país latinoamericano tiene. Veremos mañana el resultado del encuentro para comentarlo. 

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