A diferencia de esa colección de cuentos de navidad ya de lectura clásica obligada como los de Charles Dickens, que además proyectan una enseñanza de bondad, amor y paz y con un final feliz, en esta ocasión elegí un relato de la vida real pero desafortunadamente con final infeliz, aunque también encierra una enseñanza y un mensaje para Jueces, Magistrados y para algunos Abogados Defensores que seguramente moverá sus conciencias.
Solamente advierto que por razones obvias se modifican los nombres auténticos y algunos datos de ubicación de los tribunales involucrados, pero si algún lector los identificara seguramente no será mera coincidencia. Sucedió hace algunos años.
María, era una señora de clase económicamente baja, casada pero abandonada por su marido dejándola con cuatro hijos, tres varones y una mujer, a quienes supo sostener hasta que al menos concluyeron la enseñanza secundaria porque después tuvieron que trabajar para ayudar al sostenimiento del hogar. Su hija casó muy joven, apenas a los veinte años; los muchachos, el primero y el segundo, aunque ya mayores, también se casaron solo por lo civil, y tienen sus propias familias.
En una colonia popular de León donde asentaron su domicilio, al menos de su propiedad, pero de un fraccionamiento irregular pues aún no han logrado que les escrituren el terreno donde fincaron, María puso una caseta para venta de jugos, fruta, licuados, churros, pan, pasteles, etc. Su hijo Juan, el menor, tenia veinticinco años de edad, pero desde adolescente fue muy inestable, después de salirse de la escuela, empezó a trabajar de ayudante de vendedor de pieles, forros, suelas y tacones, con un vecino, y pronto probó el alcohol, pues el inicio fueron las inofensivas cervezas el fin de semana, después licores más fuertes, luego la marihuana, y después de haber pedido ayuda el Centro de Integración Juvenil, María hasta tuvo que llevarlo a “La Búsqueda” otro centro para atención y rehabilitación de adictos a las drogas.
En un momento dado, Juan fue detenido, consignado al Juzgado Federal de Turno y actualmente en proceso, internado en el Centro de Readaptación Social (CERESO).
María, como buena madre, amorosa y soportando toda la tragedia que para ella significó la vida de su hijo Juan, no lo abandonó, por el contrario, siempre lo visitaba en su reclusión; pero un día del mes de enero presionada por su propio vástago, llevaba escondidos en el brassiere dos cigarrillos de marihuana para consumo de Juan, que aunque pesaban solamente cinco gramos, su posesión y consumo está penado por nuestras leyes.
Al pasar por la revisión, fue descubierta e inmediatamente detenida y llevada al Ministerio Público de la Federación, quien después de tomarle su declaración y las diligencias mínimas para acreditarle el delito, la consignó al Juzgado Federal en Turno, por el delito de posesión de drogas con fines de suministro en grado de tentativa; delito reputado grave y sin derecho a libertad provisional.
Durante ese año fue procesada, condenada, apeló y promovió amparo directo el cual le fue negado; todo fue infructuoso, actualmente compurga su condena.
Pero vayamos a los detalles antes del desenlace; cuando fue detenida en su primera declaración, aconsejada por un Defensor Público Federal irresponsable e inepto, dijo que en un mercado una señora le había dado la marihuana para que la pusiera en alcohol para el dolor de piernas por reumas y que la guardó en sus senos, pero como de allí se trasladó directamente al “CERESO” a visitar a su hijo, se le olvidó que allí la llevaba. Algo totalmente inverosímil y que no le sirvió de nada.
Posteriormente al auto de formal prisión cambió al defensor público federal por un defensor particular quien la hizo variar la versión por “estrategia legal”, según le mencionó este nuevo abogado, diciendo que la marihuana era para su hijo, pero que le aplicaran las tablas de cantidad de enervante en posesión para reducir la penalidad; nada más que a este nuevo defensor se le olvidó que dichas tablas se aplicaban para presumir su propio consumo y no cuando la finalidad sea venta o suministro, el médico legista ya había certificado que María no era adicta.
Aunque por omisión, simple torpeza o negligencia de algún defensor, los Jueces y Magistrados están obligados por disposición de la ley a corregir tales errores en beneficio del reo, en materia penal. En el caso de María, el Juez Federal inicial, los Magistrados del Tribunal Unitario y del Tribunal Colegiado, no corrigieron la deficiencia de la defensa, por duros y severos, condenando a María a una sanción de ¡10 años de prisión! Pese a que su conducta fue en grado de tentativa, pues existe un artículo en el Código Penal Federal que señala aplicar en caso de delitos graves no menos de la pena mínima del delito frustrado y para el caso éste señalaba de 10 a 25 años de pena privativa de libertad.
Jueces, Magistrados y defensores no observaron la disposición de la Ley Sustantiva Penal Federal de aplicar diverso delito consistente en suministrar gratuitamente para su consumo inmediato la droga descubierta a María, la cual era para consumo directo e inmediato de su hijo ¡La verdad la hubiera salvado! La postura estricta de los administradores de justicia pudiera ser comprensible, por la presión social y oficial a que están sometidos en este tipo de delitos contra la salud, aunque no justificable.
María solicitó que al menos a través del Colegio de Abogados de León, A.C., se requiera al defensor particular para que devuelva el dinero que le entregaron y pagarle a la Caja Popular de donde lo obtuvieron prestado sus otros hijos.
Algunos administradores de justicia (Jueces, Magistrados y Ministros) endurecidos por el tiempo, por la frialdad y rutina de su quehacer prolongado, o por aceptar proyectos de sus secretarios sin revisarlos, combinados con un defensor deficiente, produce como resultado indefectible: la injusticia.
María y Juan pasarán el Año Nuevo en sus celdas; su familia quizá ahora unida por el infortunio, esperará los beneficios que pudieran concederle la Secretaría de Seguridad Pública Federal a María debido a su edad (60 años) y a la diabetes cuyo tratamiento se le ha complicado desde su detención.
Amables lectores, aunque en estas fechas la situación es difícil para muchos de nuestros semejantes, les deseo ¡Feliz Año 2022!.