Lo interceptaron el pasado 3 de diciembre en la Avenida de las Torres, en Iztapalapa, cuando se dirigía a una pelea de gallos clandestina. Su nombre: Jorge Cruz Camacho, alias “El Lagarto” o “El Oaxaco”. Compraba “juguetería”: “puros erres”, según decía. Por cada AR-15 que encargaba a sus contactos pagaba entre 50 y 60 mil pesos. Llegó a adquirir arsenales de hasta 50 piezas en una sola entrega.

Las armas iban a parar al interior de células criminales que operan en Tlalpan, Coyoacán, Topilejo y el Ajusco. En especial, a la de Agustín López Robles, conocido como Don Agus, un “malandro viejo”, cómo se denominaba a sí mismo, que llegó a convertirse en el principal líder criminal al sur de la ciudad de México.

Don Agus había pasado una década preso en Santa Marta Acatitla. Al quedar en libertad, en una ciudad en la que prácticamente cada banqueta tiene dueño, se apropió de un suculento pedazo del sur de la capital: las alcaldías de Tlalpan y Coyoacán, en donde operaba como distribuidor a gran escala de drogas a narcomenudistas. En esa zona su grupo se trenzó en una orgía de ejecuciones en contra de miembros de otras células delictivas.

La violencia al sur de la CDMX fue en mucho producto del enfrentamiento que “Don Agus” sostuvo con grupos como los de Martín Armando Bárcenas Jara, alias “El Rorro” y Alberto Omar Gallo Vázquez, conocido como “El Oso” o “El Galleta”.

El “malandro viejo” se preciaba de haber mandado matar a mucha gente. Los narcomenudistas del sur le tenían terror. En junio de 2020, sicarios enviados por “El Oso” ejecutaron a seis colaboradores de Don Agus a las puertas del bar “Chelódromo”, en el municipio de Emiliano Zapata, Morelos.

“El Oso”, cuyo cuartel general estaba en San Miguel Ajusco, fue detenido dos meses más tarde en la colonia Roma, bajo los cargos de multihomicidio calificado y privación de la libertad. Quedaron en pie las células de “El Rorro” y “Don Agus” (el líder de otro grupo, Los Guerreros, había sido abatido en marzo de 2020).

“Don Agus” cayó en manos de las autoridades, en febrero del año pasado, al lado de ocho de sus cómplices, tras un operativo en que participaron elementos de la SSC y policías de investigación.

En la mira de los investigadores que lograron su detención se había cruzado Jorge Cruz Camacho, “El Lagarto”, como miembro de la célula, así como proveedor de armas y drogas para el grupo de Don Agus.

A través de policías y abogados que habían creado contactos en diversas instancias gubernamentales mediante pagos o “bailecitos”, según los llamaba él mismo, “El Lagarto” tuvo acceso a carpetas de investigación relacionadas con la célula criminal, así como a informes sobre operativos realizados en Xochimilco y Tlalpan.

En marzo del año pasado fue detenido, por ejemplo un policía de investigación, Mauricio Martínez, que brindaba protección al grupo de Don Agus y “El Lagarto”. Jorge Cru Camacho mantenía relaciones con funcionarios que hacían búsquedas de predios y terrenos no regularizados al sur de la ciudad. Gracias a sus ligas con líderes de invasores estos inmuebles no tardaban en ser despojados. Los abogados a su servicio se encargaban de “legalizarlos”.

Se cree que “El Lagarto” contó también con la complicidad de diputados locales y empleados de la Sedema. El día de su detención se catearon cinco domicilios, entre ellos, dos ranchos de su propiedad.

Las detenciones logradas en estos meses dejan que se asome el terrible abismo criminal en que está el sur de la ciudad. La conclusión estremece: el mundo carcelario es dueño de una parte de la capital, y la tiene enredada en una telaraña de violencia y corrupción que se tejió, y se dejó crecer, durante años. Gobiernos y años.

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