Ahora que todo lo que se hace y hasta lo que se come es subido a redes sociales, es obvio que la actividad y comunicación presencial disminuye. Con estas últimas celebraciones del año llamó mi atención ver fotos de familias reunidas para las festividades en las que se veía a todos los jóvenes concentrados en sus celulares. El pie de foto explicaba la felicidad de tener a la familia reunida. Pareciera más importante reportar las vivencias que el hecho de disfrutar el momento y adentrarse en las emociones y sentimientos que se comparten; en los que sobre todo hay tanto que agradecer por haber logrado terminar el año con vida y salud, ya que muchos se nos adelantaron dejando lugares vacíos. 

         Una dinámica que se llevó a cabo en familia consistía en preguntar a chicos y chicas, algunos casi niños, qué les gustaría pedir para Navidad o Reyes escribiéndolo en la tradicional carta. A las abuelas y abuelos de éstos se les preguntó qué habían pedido en su infancia. La respuesta generalizada de los mayores fue que nunca se les pudo traer la muñeca, balón o lo que fuere porque en esos tiempos la situación era muy difícil. Entonces la pregunta se reformuló preguntándoles que pedirían ahora. Las respuestas variaban pidiendo salud para todos, que no hubiera más hambre, paz y amor en el mundo y causas por el estilo. En la carta de los infantes se pedían dispositivos móviles, ipads, y juegos electrónicos. Al final abuelos y nietos leen sus respectivas cartas quedando los chicos sorprendidos de la petición de los abuelos. Se dieron cuenta que ellos pedían puras cosas para sí mismos buscando su propia diversión, y las mayores peticiones para todos, dando el mensaje que hay un mundo más allá de los deseos individuales y la vida centrada en uno mismo. 

          Estamos tan inmersos en el mundo de las redes que ya es natural hablar sin que te vean a los ojos porque están mirando un celular. Por un lado tenemos papás que compran a sus hijos lo último en tecnología sin percatarse de que están creando una dependencia de la personita a los dispositivos, limitando sus habilidades sociales en la vida real, aislándoles de experiencias vivenciales emocionantes como hacer deporte y juegos en familia, aprender a montar bicicleta, y tantas cosas que se pueden hacer y que fomentan una convivencia familiar que aporta sentido de pertenencia, aceptación, confianza y seguridad personal tan necesarias en los hijos para su buen desarrollo. 

          Hoy vemos niños berrinchudos, mandones y exigentes con sus padres. También vemos mamás y papás más ocupados en grabar cualquier cosa para tener “likes”, que disponibilidad para escuchar y orientar a sus hijos. Estas generaciones cibernéticas corren el riesgo de enajenarse del mundo real y de quedar atrapadas mirando la vida a través de un aparato. Todo esto puede evitarse estableciendo límites en el uso de dispositivos y fomentando actividades de convivencia en casa. ¡Este podría ser un buen propósito para este año!

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *