III domingo del tiempo ordinario

San Lucas presenta el inicio del ministerio de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Ahí, tomó el volumen del profeta Isaías y leyó: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” y concluye: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír” (Lc. 4, 18-21).

La Palabra de Dios siempre es viva, se encarna y se cumple todos los días. De ahí, que, las palabras de Cristo: “Hoy mismo se ha cumplido”, no deben verse como una narración de algo que sucedió, sino como una realidad viva y dinámica.

Hay algo especial en el evangelio de hoy: en el centro de este hecho, en la sinagoga, que marca el inicio del ministerio de Jesús, no está la predicación del Reino, como sucede en los demás evangelios sinópticos. Aquí el centro lo ocupa la persona misma de Jesús. El mensaje de salvación es Él mismo. Con esto, el evangelio nos deja ver que la fuerza y la realidad del Reino es Cristo presente entre nosotros. El Reino no es una meta futura, sino la verdad y la novedad que Cristo genera con su presencia.

Hoy celebramos “el domingo de la Palabra de Dios”, que marca una seria exhortación, para estar atentos a Jesús. Seguirlo, para ser testigos de cómo Él puede estar y encarnarse en la realidad del día a día, de modo que siempre se pueda decir: “hoy mismo se ha cumplido su palabra”. Pero, igual, sigámoslo con el fin de ayudarle a encarnarse, a volverse palpable en cada realidad que el mundo vive.

El Espíritu Santo lo lleva a actuar y le unge para transformar las realidades. En adelante, si ven que los pobres encuentran liberación, que los enfermos son curados y los oprimidos son rescatados, entonces quiere decir que el Reino ha llegado. Los pobres, los prisioneros, los oprimidos y los ciegos es la manera como el profeta Isaías y, ahora el mensaje de Jesús, resumen la miseria del ser humano en el mundo. De ahí que creer en el Evangelio, es decir, en la presencia viva de Jesús, no es solo leer y aprender de memoria ciertos textos de las predicaciones de Jesús. Creer es también, desde nuestros máximos alcances, trabajar en serio para que el mundo sea diferente. Significa hacer que la misericordia de Dios sea una realidad para todos.

Los más afectados en este mundo sufren por defectos físicos, por la maldad de los hombres o, en general, por el desorden ético social que impera en la sociedad. Representan los efectos de lo que el Papa Francisco denomina la cultura del descarte. Pero ésta no es la cultura del Evangelio.

Si es edificante la manera como el pueblo reaccionó ante la lectura del libro de la ley cuando Esdras les enseñó en la plaza, cuánto más debería ser edificante la manera de atender a Jesús que es la palabra viva y plena venida de Dios. Israel había regresado del destierro y Esdras lo reunió en la plaza para proclamarles la Palabra de Dios, ante lo cual todos lloraban y alababan a Dios. Para el pueblo se cruzaban diversos sentimientos, pues por una parte agradecen que Dios les permita volver a escuchar su palabra, que les da esperanza y seguridad, pero, a la vez, se lamentan de haber ignorado tantas veces dicha palabra.

Si la palabra viva de Dios llegara a todo corazón y, si venciendo la soberbia, llegara especialmente al de aquellos que tienen responsabilidades decisivas en la sociedad, la humanidad se iría regenerando a pasos agigantados y rápido quedaría atrás tanta desgracia.

Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *