IV domingo del tiempo ordinario
Hoy la palabra de Dios nos hace un llamado a afianzar y valorar nuestra identidad de cristianos. Tanto el profeta Jeremías como el mismo Jesús salieron adelante en su misión gracias a que tuvieron clara su identidad.
Entre los papás que todavía siguen con firmeza la fe cristiana, es común que muchos vivan preocupados porque sus hijos no están convencidos de dicha fe. Pero este “no apego”, no siempre es a causa de una simple rebeldía, pues, muchos jóvenes, con responsabilidad, se preguntan: ¿cuál es la diferencia entre un cristiano y un no cristiano? Y, algo más, en el fondo el problema no es que no quieran un día encontrar la salvación, sino que, en gran parte, el problema es más una cuestión existencial: somos muchos los cristianos y el mundo no va bien, yo voy a misa y no tengo mejores oportunidades que mis amigos que no creen, los curas son muy aburridos, la Iglesia se ha convertido en una institución más, etc.
Ahora, esta problemática no es exclusiva del campo de la fe, sino también de otros ámbitos de la vida actual, que, entre otras causas, tiene como fondo la dificultad para valorar y hacer valer la identidad. La identidad no es algo circunstancial, sino que se arraiga en la esencia del ser y da sentido a cuanto la persona hace. De ahí nacen el por qué y el para qué de la vida. Sin esto se vive en lo superfluo, desde la circunstancialidad y, por tanto, sin rumbo claro.
Tenemos el ejemplo del Profeta Jeremías que, ante las circunstancias hostiles que le toca enfrentar, Dios lo reafirma en su identidad y misión como algo sagrado: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones& No temas, no titubees delante de ellos, para que yo no te quebrante” (Jr. 1, 4ss). Su identidad no es la de una persona que se le ocurre hablar desde su perspectiva personal, sino que es un verdadero profeta que habla en nombre de Dios para bien del pueblo, a pesar de que su mensaje sea objeto de contradicción y, muchas veces, caiga de peso.
Jesús, por su parte, que no fue ungido por ningún hombre, sino por el Padre y que tampoco fue ungido con óleo, sino con el Espíritu Santo, ahora baja a su pueblo (Lc. 4, 21ss). En la sinagoga se encuentra con una dificultad, el pueblo no entiende su identidad de Mesías. “¿No es este el Hijo de José?”; ¿cómo es entonces que ahora nos sale con palabras de sabiduría? El pueblo no espera al Profeta. Es preferible que reafirme su capacidad curativa, milagrosa.
Pero la identidad de Jesús va mucho más allá. Él no es un simple curandero, ni su vocación puede quedar encerrada en un pequeño territorio. De ahí el juicio de los suyos. Jesús es el Salvador del mundo, el Profeta de Dios, la Palabra divina que trasciende las circunstancias espacio-temporales, por eso sus palabras: “Me dirán el refrán: médico cúrate a ti mismo y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm. Y añadió: Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra”. Y alude a la universalidad de los profetas: a Elías que curó a una viuda en Sarepta, tierra extranjera, a Eliseo, que curó a Naamán, un sirio y no israelí; indicando así que nadie es extranjero en el reino de Dios, el profeta es para todos.
¿Y la identidad del cristiano? Ésta es fundamental para nosotros y para bien del mundo. Es presentada por San Pablo a los Corintios: “Voy a mostrarles el camino mejor de todos” y señala el don del amor como el camino que supera y da sentido a cualquier otro carisma. “Si no tengo amor, nada soy” (1 Cor. 12, 13-13,13). La caridad como estilo de vida, sí que debe marcar diferencia entre un cristiano y un no cristiano. No nos coloca fuera de nuestra realidad social, ni de las circunstancias propias del mundo, pero sí nos da la oportunidad de asumir cada realidad, cada circunstancia y, a la vez, sumarle y trascenderla.
Un periodista italiano, Tiziano Terzani, quiso entrevistar a la Madre Teresa de Calcuta, pero antes de preguntarle cualquier cosa, la Madre lo vio fijamente y le preguntó a Él: “¿Y usted qué ha hecho por Cristo?” Respondiendo esa pregunta, podemos entender también nosotros, de forma personal, las dimensiones y profundidad de nuestra identidad y de la misión que Dios nos ha encomendado, sea cual sea nuestro estado de vida.
¡El mejor camino de todos es el amor, es el camino que el mundo tanto necesita!