El Conacyt declara abiertamente que es una institución al servicio de un proyecto ideológico. Una institución que, para embonar con el régimen, está en guerra. Por eso no pierde el tiempo en conversaciones ni en negociaciones. Por eso no consulta la ley ni respeta ningún estatuto.  Con una agresividad y una tosquedad asombrosas hostiga y persigue a quienes representan otra manera de entender el trabajo académico y la investigación científica. En guerra contra eso que llama la “ciencia neoliberal” pretende la anulación y el escarmiento de todos los científicos que tengan algún vínculo con ese saber pernicioso y antinacional. Busca limpiar ideológicamente todos los centros de investigación, persigue con saña a quienes no han visto aún la luz de la ciencia alineada al régimen. Una institución nacional se presenta abiertamente como una institución facciosa: “el Conacyt de la 4T.” 

La apropiación que presume la directora es aberrante. La ciencia y la tecnología subordinadas a la demagogia de un partido y a las frases del presidente. En el programa institucional del Consejo se anuncia, por ejemplo, que el Conacyt se “alinea” con la “4T” para alcanzar “soberanía científica” e “independencia tecnológica.” Ninguna ciencia por encima de la ciencia mexicana, tecnología libre de perversas influencias externas. La ideologización hace del prejuicio una pasión. Por qué un mexicano estudiaría un posgrado en una institución privada y no en una pública, se preguntaba la directora del Conacyt en un artículo publicado en La jornada el 15 de enero de 2022. Se respondía de inmediato: “Por una razón no muy distinta a la que explica por qué un niño prefiera comida chatarra peligrosa para su salud a la ingesta de alimentos nutritivos”. El niño, como el estudiante de un posgrado privado, es incapaz de conocer lo que le beneficia; es víctima de una publicidad que, a fin de cuentas, lo envenena. Por eso es importante la tutoría de quien sabe lo que, de verdad, nos conviene. El argumento, por llamarlo de alguna manera, es una perla del ofuscamiento ideológico. Una universidad, por ser privada, envenena. Una universidad, por ser pública, es nutricia. 

En esos prejuicios herméticos radica la vehemencia del inquisidor que ha llegado a salvarnos. El diablo está en esas universidades privadas, en esos centros públicos que se corrompieron con ideas sucias, en esos pensadores que se atreven a hacer preguntas indebidas, a usar métodos o nociones sospechosas, en esos investigadores que estudiaron lejos de la patria y se relacionan con las personas codiciosas aparece el demonio del neoliberalismo. La mayoría de los científicos mexicanos, ha dicho la directora del Conacyt, son víctimas de la degradación moral del neoliberalismo. Son simuladores, individualistas, clasistas y, además, compiten entre sí. 

La guerra del Conacyt, en efecto, se alinea el régimen, porque lleva sus cruzadas al ámbito de la ciencia y de la educación superior. Absorbe sus lecciones, su retórica y su método y los lleva a extremos grotescos. Demoler lo existente sin edificar; hostigar y perseguir; estigmatizar y mentir; romper la ley con total desparpajo, ahogar cualquier posibilidad de diálogo. Como lo han advertido muchos críticos en días recientes, el golpe al CIDE es un ataque a la libertad de investigación en el país. Violando la ley, negándose al diálogo, empecinándose en el nombramiento de un provocador que ha cosechado un repudio unánime, desoyendo a su comunidad, el Conacyt aplasta un espacio de cultura atropellando no solamente las reglas jurídicas sino los principios elementales de un espacio académico. La presidenta de El Colegio de México ofreció en el debate institucional del CIDE la nota del decoro: cualquier cambio normativo debe ser precedido del diálogo. Las instituciones de educación superior se sostienen “por la participación de los integrantes de sus comunidades.” 

En la guerra que el Conacyt emprende contra la libertad de investigación, en su pretensión de imponerle código ideológico a la ciencia se muestra tal vez la más profunda amenaza de un régimen que sueña con la conquista hegemónica. Por eso mismo, la resistencia del CIDE es tan importante.

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