Nuestra economía decreció dos trimestres consecutivos, estamos en “recesión técnica”. Ya no es culpa de la pandemia. Decrecemos cuando el mundo está en franco rebote tras la caída de 2020. Es alarmante que la diferencia con EU, nuestro vecino y principal socio comercial, es de 9.6 puntos porcentuales este sexenio (crecieron 5.8%, nosotros decrecimos 3.8%). La brecha se hará mayor. Estados Unidos quizá crezca 2.7% este año y, según Bank of America, México sólo 1.5%. Podríamos rezagarnos unos 14 puntos con respecto a EU en seis años; eso si la contrarreforma eléctrica no sale. De aprobarse, veríamos décadas de retroceso. Con respecto a la región, Chile, Colombia, Perú y hasta Brasil ya compensaron la caída de 2020, México sigue muy atrás. Per cápita, perdimos una década, estamos en niveles de 2013.
López Obrador tenía razón al criticar el poco crecimiento de la era “neoliberal”. En mi opinión, en parte, justo se debió a que ésta fue mucho menos neoliberal de lo que se dice. Pemex nos ha costado, desde hace rato, más de un punto del PIB de crecimiento al año, y el costo irá creciendo. Nuestras regiones más “neoliberales” sí alcanzaron tasas de crecimiento asiáticas, pero el centro y el sur, particularmente, han sido pesados lastres.
Un acierto del sexenio pasado, entre muchos desaciertos, fue reconocer que una reforma energética fomentaría inversión y crecimiento. Olvidemos etiquetas ideológicas estúpidas y apelemos al sentido común. Esa reforma dejaba que empresas privadas hicieran las inversiones que el gobierno no tenía con qué hacer. Permitía acelerar la extracción de hidrocarburos que irán perdiendo mercado en las próximas décadas, conforme se abaraten las energías limpias. Nuestro petróleo seguía siendo nuestro, sólo permitíamos que empresas privadas arriesgaran su capital y, de tener éxito, lo extrajeran pagándonos jugosas regalías. Dejábamos que empresas privadas construyeran indispensable infraestructura para distribuir, almacenar y comercializar, cobrando generosamente en el camino. Sin ellas, esas funciones están estancadas. Incluso la producción petrolera se ha desplomado, conforme Pemex confirma -una vez más- su incapacidad. Y ni hablar de yacimientos que requerirían de tecnología que ellos no sueñan tener.
Siendo simplistas, canjeábamos un recurso no renovable que perderá valor por infraestructura moderna y sostenible, incluyendo capacidad para generar abundante energía limpia a costos internacionalmente mínimos, eso atraería a industrias y empresas que basan su competitividad en comprar ese insumo en buenas condiciones. Esa es la tendencia ya no del futuro, del presente. 5% de toda la generación de electricidad brasileña se va sólo a minar criptomonedas. El blockchain, las computadoras cuánticas, los autos eléctricos, las industrias robotizadas -y las que no lo están- dependerán crecientemente de energía confiable, barata, y limpia. Las grandes empresas necesitarán cumplir su compromiso de reducir huella ambiental.
Nuestro desplome no es por un gobierno austero. Si éste lo fuera, no habría tirado 15 mil millones de dólares pagando un aeropuerto que no existe, no tiraría 35 mil millones más en Pemex este sexenio, como lo ha hecho; no gastaría en una refinería nueva 5 veces lo que costó Deer Park. Tampoco ha sido un gobierno que haya aumentado el gasto social o que ponga “primero a los pobres”, como demuestra el análisis de María Amparo Casar y Leonardo Núñez en Nexos. Este gobierno redujo el gasto en salud, educación, vivienda e incluso ha repartido menos en programas sociales. Hay más desigualdad y pobreza. Tampoco es cierto que no se endeude, la deuda ha aumentado 2.3 billones de pesos. Para fin del sexenio estaremos cerca de 60% del PIB. Las calificadoras marcan esa línea roja para perder el Grado de Inversión. Pemex ya debe más de 113 mil millones de dólares (10 puntos del PIB).
Como dijo Ricardo Anaya, el problema de AMLO no es su edad, sino sus ideas viejas. No entiende el mundo. México paga muy cara su necedad, su dogmatismo trasnochado y, sobre todo, su devastadora ignorancia.