Por enésima vez el presidente López Obrador se lanzó ayer contra los periodistas críticos: “Periodistas deshonestos, como Carmen Aristegui; periodistas no solo deshonestos, sino corruptos y mercenarios, capaces de inventar cualquier situación, como Loret de Mola. La señora que está con Claudio X. González, que pertenece al grupo de Aguilar Camín, María Amparo Casar. Entonces, afortunadamente siempre, como decía el poeta Díaz Mirón, he salido de la calumnia ileso”.
Las diatribas contra periodistas se han convertido en una parte habitual de las mañaneras. Incluso hay una sección para ello en su programa, “Quién es quién en las mentiras”, que el relator para libertad de expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Pedro Vaca, ha dicho que “enrarece los mensajes firmes que se deben escuchar de respaldo a la labor periodística y de rechazo a la violencia contra periodistas”. En los últimos días la furia del presidente la desató el reportaje de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) y Latinus sobre las casas en Houston en que ha vivido su hijo, José Ramón López Beltrán, pero otros reportajes en el pasado también han provocado su ira.
No coincido con quienes piensan que las descalificaciones del presidente provocan asesinatos de periodistas. Quienes matan a comunicadores no se inspiran en declaraciones políticas. Pero esto no justifica las agresiones verbales de un gobernante muy poderoso.
Nadie cuestiona que el presidente y sus funcionarios tengan derecho de réplica. Ayer el director general de Pemex, Octavio Romero Oropeza, afirmó que el contrato por 89 millones de dólares que la petrolera otorgó a Baker Hughes en agosto de 2019 se definió por una licitación pública en la que participaron seis empresas y no por adjudicación directa. Esta es una rectificación correcta a la que cualquiera, no solo el gobierno, tiene derecho.
Lo que no es aceptable es decir que todos los periodistas que no aplauden al presidente son deshonestos, corruptos, mercenarios, mentirosos o conservadores. Ayer Casar me dijo, sobre el contrato de Baker Hughes, que la información de Pemex, que debería ser transparente, resulta extraordinariamente opaca. Quizá el contrato haya sido producto de una licitación justa, pero si el gobierno manejara la información de manera más limpia sería más fácil determinarlo. La marca de este gobierno, sin embargo, es primero descalificar.
Lo curioso del caso es que el presidente utiliza constantemente información falsa o equívoca. Ayer, por ejemplo, se refirió despectivamente a Casar “como la señora que está con Claudio X. González que pertenece al grupo de Aguilar Camín”. Añadió que Claudio X. González “decía que le preocupaban los niños y que por eso quería la reforma educativa” y “tenía Claudio acciones en la industria eléctrica”. La verdad es que Claudio X. González Guajardo, el activista, fundó Mexicanos Primero y más tarde MCCI, pero hace años que se ha separado de ambas. Casar toma sus propias decisiones como presidenta de MCCI, y lo hace muy bien, sin un “hombre escondido” que le dé instrucciones. Claudio X. González Laporte, el padre, es el empresario, pero al parecer AMLO no se ha querido enterar que se trata de dos personas distintas.
Las agresiones verbales del presidente a los periodistas, efectivamente, “enrarecen” el ambiente. AMLO obtuvo un triunfo electoral inobjetable en 2018 y le toca gobernar el país, pero como un presidente demócrata, no como un gobernante intolerante que descalifica a la prensa y a quien piensa diferente.
Pausa
Ayer AMLO anunció que hará “una pausa en las relaciones” con España: “Vamos a darnos tiempo para respetarnos y que no nos vean como una tierra de conquista”. ¿Qué significa eso? ¿Va a romper relaciones con España? No lo creo, pero el presidente gobierna cada vez más con simples ocurrencias.