El Juez Manuel, tomó la copia de la carta póstuma y me la entregó para leerla. La tomé y con ansias la empecé a leer. Tenía al inicio la consabida expresión de “no se culpe a nadie de mi muerte y lo que hago, es mi libre decisión y voluntad”; ahí explicaba que ya no podría vivir con la desilusión de no verse favorecido por el cariño, ni por el amor de su esposa Águeda. 

Agregaba que había sabido por varias personas, sin mencionar nombres, de que Águeda salía con su vecino, el Juez Federal Manuel; que al principio no lo creía y sólo lo tomó como un chisme más de los muchos que corrían en el vecindario, sobre distintos temas; pero que luego un colega Contador y compañero de trabajo en una institucion bancaria, también le dijo que la había visto en un restaurante almorzando con una persona que describió con las características físicas de su vecino.

Con esos datos y preso de los celos, hacía dos días le había reclamado a Águeda su proceder, exigiéndole la verdad; aquella noche (según la carta) ella le confesó que era cierto y que ya no lo quería, se iría con su hijo de 8 años de edad y no le exigiría más que la casa de ambos cuya propiedad compartían.

Luego en la última parte, curiosamente o atípicamente, escribió como dirigiéndose al Juez Manuel, en primera persona, diciéndole que él lo tenía todo y por eso lo prefería Águeda; porque era mayor que ellos (50 años de edad y ellos de 40 años, aproximadamente), con chofer, auto de lujo y la investidura de Juez, con poder, así como la autoridad que representaba, pero también el hecho de vivir solo, como soltero y con todas las comodidades.

Por último, plasmó como ironía o macabra sentencia un: “Que sean felices, si pueden, recordándome”. 

Al terminar de leer, y voltear a ver a Manuel, me cuestionó presuroso: “¿qué opinas? ¿tendré problemas legales con la investigación? ¿que hago, hablo con el Ministerio público?” La verdad que primero le recomendé calma y serenidad porque estaba muy alterado. Y le pedí, primero si él estaría dispuesto a contestarme con la verdad algunas preguntas.

En las preguntas, como platicando me respondió que efectivamente conoció a ese matrimonio y a su hijo, porque coincidían al llegar o salir de casa y se saludaban. Me aseguró que nunca tuvo relaciones adúlteras con la vecina Águeda, pero que en unas ocasiones por la tarde estuvieron platicando en la puerta de su casa y ella le comentó de su trabajo como empleada administrativa en un Colegio particular, también que tenía problemas con su esposo el Contador Juan Antonio por sus celos enfermizos y cada vez con más intensidad, inclusive le había creado problemas en su trabajo, pues desconfiaba del Director de la Escuela, quien era su jefe, y había ido a reclamarle que cuidado y la cortejara, porque lo notaba muy meloso y demasiado amable con ella. Al volver a preguntarle si salía con ella, como decía el suicida, precisó nervioso que fue una vez, recientemente, a petición de ella, porque estaba desesperada y quería pedirle un consejo y recomendación de un abogado para promover su divorcio y la custodia del niño.

Consideró imprudente citarla en el Juzgado y quedaron mejor en almorzar al día siguiente a las 9:30 en un restaurante, de una cadena muy conocida, y como estaba cercano a la sede regional del Banco donde laboraba su esposo, probablemente algún compañero de trabajo los vió.

Le prometí a Manuel ir personalmente a hablar con el Ministerio Público para no dar a conocer la carta públicamente, como se estila en esos casos. Al día siguiente me entrevisté con el Agente del Ministerio Público que conoció del hecho y me explicó que el sujeto había rociado todo el interior de su casa con gasolina y que en la barda de su vecino el Juez Manuel, por la parte trasera había arrojado parte del combustible; suponían que incendió la planta baja y subió a su recámara donde se disparó un balazo en la bóveda palatina. Previamente, la carta, la había arrojado a la cochera del vecino, para que no se quemara, donde la doméstica la encontró y la entregó a la policía.

La carta no tenía destinatario, pero era obvio que hacía referencia a la autoridad, al Juez Manuel y a su esposa Águeda.

Con el Licenciado Sánchez Testa, Agente del Ministerio Público, coincidí en que esos asuntos se resuelven con los peritajes respectivos y para corroborar la letra y firma del suicida en su última misiva, comparándola con otros escritos auténticos.

Acto seguido, pedí a Manuel contactar a la señora Águeda, para solicitarle recabar documentación con la firma y escritura del occiso. Cuando la conocí quedé admirado de su belleza, trato fino y elegante, su arreglo y vestidura exquisitos; observé su figura bien cuidada, de aproximadamente 1.70 mt. de estatura, piel blanca su pelo negro, abundante y ondulado hasta la altura de la base de su cuello alto, que hacía resaltar sus ojos grandes y de color verde claro, así como sus delicadas facciones. En fin, me hizo recordar a la señora Aréchiga (léase: “Semana Santa en Lecumberri”, de mi autoría, periódico A.M. 5A 18/03/2016).

Los tres intercambiamos miradas alternadamente, pero entre ellos más, a cada pregunta o comentario que yo hacía, se miraban.

Al concluir los trámites legales, unos días después, el Licenciado Sánchez Testa me informó que la averiguación previa había concluido, se archivaría y que llevara a la señora Águeda para notificarle y obtener su conformidad; comentó que era el clásico caso del “Síndrome de Otelo”, o celotipia sumado a una depresión invernal, solo que afortunadamente esa violencia no se enfocó a la señora Águeda (Desdémona) ni a su hijo.

Fue la última vez que la vi. En tanto que a Manuel fui a saludarlo para informarle de la conclusión de este trágico asunto sin ningún problema para él.

No obstante, dos meses después, Manuel ascendió a Magistrado de Circuito y lo adscribieron a la capital de Puebla; ignoro si posteriormente lo acompañarían a radicar allá la señora Águeda y su hijo, o sí allí, terminó todo contacto. 

Cuando ya regresaba de aquella ciudad, como coincidencia, escuché en la radio la canción “Sigamos Pecando” con Javier Solís “&yo seguiré venciendo el peligro de quererte, tu seguirás viviendo la angustia de pecar&”.

Ahora que encontré en mis archivos la fotocopia de la carta póstuma, con la tinta muy borrosa por el paso del tiempo, decidí compartir esta historia. Fin.

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