Hace un año y medio denuncié en este espacio lo que era inminente: que el municipio, la gente, el pueblo leonés, perdiéramos, por negligencia y olvido por décadas del gobierno municipal, una parte del parque y del lago Chapalita. Hace unos días, -después de que el juicio lo perdiera el municipio frente a un particular-, llegaron las máquinas para construir en el costado del parque, sobre la Calle Campeche y tapar, literalmente, uno de los tres últimos veneros que alimentan al lago.
Agónico queda, uno de los pocos espacios verdes que goza la gente en esta, la zona de mayor conflictividad social. Así, los niveles del agua llegaron al límite; los patos y peces sin agua siendo las últimas evidencias de lo que fue por décadas, un remanso para el descanso que merece la gente que no puede pagar por otra diversión. Su servidor, como testigo impotente presenciando esta historia que repite la del Parque Metropolitano, pues aquí también la pista para caminata, quedará trunca y el particular, quedará como dueño de parte del lago también, donde hoy están clavadas sus mallas.
Lo que queda del lago, recibía el agua de los veneros del cerro de la Arbide, justo donde SAPAL hace décadas construyó sus pozos y bombas para calmar nuestra sed. Por la topografía, el agua subterránea escurría hacia el vaso del lago y el excedente formaba el “Pozo del Fraile” para ir después al lecho del Río de los Gómez. Los veneros de Chapalita fueron unos de esos regalos de la naturaleza que se enriquecieron también por el escurrimiento de la lluvia. Como aquí lo escribí por años en este espacio, Chapalita tenía esos veneros hermosos, cristalinos y vivos. El lago Chapalita, por eso, fue un regalo para quienes soñaron con espacios comunitarios. Hoy todavía es visitado por grupos juveniles como Conquista, por iglesias evangélicas para sus reuniones, gozado por pescadores aprendices y por familias que no cuentan sino con esto para descansar. Sus cientos de árboles llenos de muérdago, son todavía fijadores de gases efecto invernadero; aún con los estragos de la erosión.
Con esto, se repite la misma historia que el Estadio León, y Los Cárcamos. Perdemos espacios ambientales y de tejido social y el Parque Chapalita, será el mudo testigo de la ineficacia del gobierno para defender el patrimonio colectivo. Los sauces llorones, son ahora propiedad de un particular que rodean al venero y que crecieron hace décadas por su humedad y probablemente sean talados. ¿Se nos olvidó que las áreas verdes y sus actividades culturales, deportivas y sociales, son amortiguamiento a los problemas sociales y contienen y previenen los conflictos? Cuidar los espacios comunitarios que construyen tejido social, es una obligación de todos.
La nueva administración municipal debería defender al pueblo que pierde hoy, uno de los 3 lagos donde las familias descansan el fin de semana. No es la inversión en fuerza pública la solución, sino la descomposición social producto de las desigualdades; reconstruir los espacios y concentrarnos en la prevención del delito, es más relevante que su combate. Aquí y en más espacios, pedí, exigí, rogué, a nombre de miles de ciudadanos, que el Ayuntamiento solicitara al Gobernador la expropiación por causa pública y negara el uso de suelo habitacional o comercial al particular. Ya lo expresé a la actual administración para negar el uso de suelo y el permiso de construcción por ser un área federal donde nace el agua.
Esa denuncia a CONAGUA federal y a la PAOT, fue el último recurso que tuve para evitar que muriera el lago Chapalita. Otro venero, el mayor, está también por morir, pues a pesar de la denuncia que hice a la Procuraduría, las toneladas de escombros hacen su efecto para acabar con el agua del lago. Ya no tengo fuerzas para gritar que se detenga la construcción que se hace sobre el venero, pues la muerte del lago es hoy una fotografía de la falta de sensibilidad a lo que significa para la gente de esta zona que también debería salir a las calles a protestar y evitar su muerte. Hoy me uno al llanto de tantos que, en la historia, ven cómo la naturaleza es devorada por sus hijos, que deberían defenderla.