Una y otra vez Vladímir Putin declaró que Rusia no quería la guerra y que no tenía intenciones de invadir Ucrania. Él y sus funcionarios afirmaban que las advertencias del presidente estadounidense Joe Biden de que se aproximaba una invasión eran un engaño, como cuando George W. Bush justificó la invasión estadounidense de Iraq de 2003 porque supuestamente Sadam Husein tenía “armas de destrucción masiva” que nunca se encontraron. La portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, María Zakharova, bromeó apenas el pasado 16 de febrero: “Me gustaría saber si las fuentes de desinformación de Estados Unidos y de la Gran Bretaña. podrían publicar el programa de nuestras próximas invasiones para el año. Me gustaría poder planear mis vacaciones”.
Espero que la señora Zakharova no haya planeado sus vacaciones para estos días. La invasión de Ucrania empezó formalmente este 24 de febrero (el 23, tiempo de México). Es cierto que Putin no la llamó así, sino una “operación militar especial”, pero ayer mismo, en una reunión con empresarios, cambió una vez más su versión de los hechos: “Es una medida forzada, ya que no nos dejaron ningún otro modo de proceder. Los riesgos en el aspecto de seguridad eran tan grandes que era imposible reaccionar de otra manera”.
Del no invadiremos Ucrania a la afirmación de que las advertencias de una invasión son una campaña de desinformación, al solo vamos a hacer una operación especial para detener un genocidio (del que no hay pruebas), al ingreso de tropas y bombardeos no solo en la frontera sino en toda Ucrania y al argumento de que fueron los ucranianos los que no nos dejaron opción, hay mucho trecho.
Rusia tiene preocupaciones de seguridad atendibles. El que Estados Unidos o la OTAN pudieran colocar armas nucleares en territorio ucraniano, a tiro de piedra de Rusia, es una inquietud legítima. De hecho, esta ha sido una de las razones por las cuales Ucrania no ha sido aceptada en la OTAN pese a haberlo solicitado. Pero pretender que un país como Ucrania, de solo 44 millones de habitantes, que en 1994 renunció voluntariamente a tener armas nucleares en su territorio, es una amenaza para el gigante ruso de 144 millones de habitantes y con el mayor número de armas nucleares del planeta, es una tontería.
Las propias declaraciones del presidente revelan la falsedad de estas cambiantes posturas. En múltiples ocasiones Putin ha afirmado que ucranianos y rusos son un mismo pueblo, que Kiev (que los ucranianos denominan Kyiv) es la madre de las ciudades rusas, que Ucrania no es ni siquiera un país sino una invención que a veces atribuye a Stalin y otras a Lenin. No, la invasión rusa no es producto del temor de un posible ataque de Ucrania, ni un intento por detener un genocidio. Viene de la convicción de Putin de que los ucranianos no son un pueblo verdadero con derecho a la soberanía.
Es posible que al final Putin se salga con la suya. Los países occidentales saben que sería suicida mandar tropas a ayudar a Ucrania, y esta nación, por sí sola, no tiene la fuerza militar para defenderse de Rusia. Las sanciones económicas, por otra parte, nunca han funcionado.
No le será tan fácil a Rusia, sin embargo, digerir a Ucrania como lo ha hecho con Crimea. Esta península tenía una población mayoritariamente rusa y era parte de Rusia hasta que Nikita Jrushchev se la regaló a Ucrania en 1954. La población de Ucrania, en cambio, es diferente en idioma y cultura, y resentirá quedar bajo el yugo permanente de un dictador extranjero.
Condena
El canciller Marcelo Ebrard señaló que “México rechaza el uso de la fuerza” y “reitera su llamado a una salida política al conflicto en Ucrania”. La embajadora eminente Martha Bárcena respondió: “México debe condenar no solo rechazar”.